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primer momento, llamar a don Juan Bautista
Francesia, pero después prefirió que lo supliera
don Julio Barberis, maestro de novicios. Había
motivos para temer, como diremos, que Monseñor
tuviese que. volver a Italia por causas políticas,
después de una corta residencia en Argentina.
La sede episcopal de Mágida, como comúnmente se
dijo y escribió, o de Mágido, como consta en los
documentos oficiales, fue antiguamente sufragánea
de Perge en Panfilia, provincia del Asia Menor. Se
erigió en el siglo quinto, tuvo insignes Obispos
((**It17.289**)) hasta
el siglo noveno; después, arrastrada por el cisma
de Oriente, quedó reducida a un mero título
episcopal como muchas otras. El último titular
había sido monseñor Bernardino Caldaioli, que
había renunciado a ella en 1883 al asumir el
gobierno de la iglesia de Grosseto.
Un primer Obispo Salesiano, hijo del Oratorio
en toda la extensión de la palabra, casi
constituía la solemne consagración de la eficacia
educativa de don Bosco. Sólo un educador como don
Bosco podía sacar de un natural tan exuberante y
rebelde a toda sujeción y en un ambiente tan falto
de comodidades materiales un pastor de la Iglesia
tan celoso. Había nacido en Castelnuovo de Asti en
enero de 1838, quedó huérfano de padre en la
infancia y su madre lo puso en manos de don Bosco
el año 1851. Aquel año fue nuestro Santo a
Castelnuovo a predicar el día de Difuntos y se
encontró por vez primera con el jovencito
revestido de monaguillo, que le acompañó hasta el
púlpito. Después del sermón, su ojo sagaz advirtió
en la sacristía que el muchacho lo miraba
silencioso, como si tuviese ganas de hablarle y no
se atreviese. El mismo le dirigió la palabra y le
dijo:
-Parece que tienes algo que decirme, >>verdad?
-Sí, señor, respondió rápidamente el muchacho.
Quiero decirle que deseo ir con usted a Turín para
seguir los estudios y hacerme cura.
-Bueno, vendrás conmigo. El señor Párroco ya me
ha hablado de ti. Di a tu madre que te acompañe
esta tarde a la casa rectoral y allí nos
entenderemos.
La madre lo llevó. Don Bosco, que la conocía,
díjole bromeando:
-Mi buena Teresa, >>es verdad que quiere
venderme a su hijo?
-íAh, no!, exclamó la buena mujer. En
Castelnuovo se venden los terneros, pero los hijos
se regalan.
-Mejor todavía, si me lo regala, replicó don
Bosco. Prepárele unos vestidos y un poco de ropa
blanca y mañana me lo llevo conmigo.
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