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El 24 de septiembre de 1885 habló a su Capítulo
en estos términos:
-Lo que debo deciros se reduce a dos cosas. La
primera se refiere a don Bosco, que ya está medio
acabado y necesita uno que haga sus veces. La
segunda se refiere al Vicario general, que
sustituya a don Bosco en lo que éste hacía y se
encargue de todo lo que es necesario para la buena
marcha de la Congregación; aunque, al tratar los
negocios, estoy seguro de que él recibirá ((**It17.279**))
siempre de buen grado las sugerencias de don Bosco
y de los hermanos y, al tomar sobre sí esta carga,
sólo querrá ayudar a la Pía Sociedad Salesiana, de
suerte que, cuando yo muera, mi muerte no altere
en absoluto la marcha de la Congregación. Por
consiguiente, el Vicario debe tomar las
providencias oportunas para que las tradiciones,
que actualmente tenemos, se mantengan intactas.
Así lo recomendó encarecidamente el Padre Santo.
Las tradiciones se diferencian de las reglas, en
cuanto que enseñan la manera de explicar y
practicar las mismas reglas. Hay que procurar que
estas tradiciones se mantengan después de mí y las
conserven los que vengan después de nosotros. Mi
Vicario general en la Congregación será don Miguel
Rúa. Este es el pensamiento del Padre Santo, que
me ha escrito por medio de monseñor Jacobini.
Deseaba él proporcionar a don Bosco toda la ayuda
posible y me preguntó quién me parecía que podría
hacer mis veces. Yo respondí que prefería a don
Miguel Rúa, porque es, además, uno de los primeros
en orden al tiempo en la Congregación, porque hace
ya muchos años ejerce este cargo y porque este
nombramiento sería del agrado de todos los
Hermanos. Su Santidad contestó, no hace mucho, por
medio del eminentísimo cardenal Alimonda: Está
bien, aprobando de este modo mi decisión. Por
tanto, de hoy en adelante, don Miguel Rúa hará mis
veces en todo y, lo que yo puedo hacer, puede
hacerlo él; tiene los plenos poderes del Rector
Mayor, a saber: aceptaciones, imposiciones de
sotana, elección de secretario, delegaciones, etc.
Pero, al nombrar Vicario a don Miguel Rúa, es
preciso que siga totalmente en mi ayuda y ha de
renunciar al cargo de Prefecto de la Congregación.
Por consiguiente, valiéndome de las facultades que
las reglas me otorgan, nombro Prefecto de la
Congregación a don Celestino Durando, hasta ahora
Consejero Escolástico.
A continuación, don Miguel Rúa, don Celestino
Durando y otros miembros del Capítulo, después de
haber sido leído allí mismo el & 2.°, cap. III de
la Parte I de las Deliberaciones del segundo
Capítulo general, observaron que era necesaria una
modificación temporal del primer período de dicho
párrafo segundo, concebido en estos términos:
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