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a don Juan Cagliero, de quien también se ocupaba
la carta de monseñor Jacobini. La carta de don
Bosco se entregó al cardenal Alimonda, quien, por
medio del cardenal Nina, la entregó al Papa el día
veintisiete de noviembre. En ella presentaba el
nombre de don Miguel Rúa; pero, en la reunión
capitular, no había dicho de ello nada, sin duda
porque antes quería esperar el beneplácito del
Padre Santo. <((**It17.278**)) a
quien, empero, conserve Dios muchos años; para él
me encargó el Padre Santo le enviara una
particular bendición apostólica>>. El Arzobispo
informó de todo ello a don Bosco; después volvió a
escribir al cardenal Nina el día diecinueve de
diciembre, diciéndole acerca del asunto del
Vicario:
<>.
Don Bosco no se apresuró a dar publicidad a la
cuestión. El Padre Santo no había impuesto ni
aconsejado ningún límite de tiempo; por otra
parte, acostumbraba el Santo dejar que precediera
un período de prueba a las decisiones importantes.
Y, en este caso particularmente, al ampliar la
esfera de la actividad de don Miguel Rúa, sin
declarar el verdadero motivo de ello, preparaba
los ánimos de los hermanos a aceptar de buen grado
la medida que tomaba. Mientras tanto, don Bosco
iba insinuando la idea de la necesidad de que don
Miguel Rúa debía ocupar su puesto en muchas cosas
y lo repetía con creciente frecuencia, presentando
como motivo para ello su propia salud y la
necesidad de ordenarlo todo poco a poco.
Transcurrió así un año y, entonces, procedió
don Bosco a la proclamación oficial; primero, en
el Capítulo Superior; después, de viva voz a los
hermanos del Oratorio y, por último, con una carta
circular a todas las casas.
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