((**Es17.24**)
aceptaréis y llevaréis a cabo hasta la última
tilde. Agradezco, pues, estas preciosas palabras,
a las que respondo sencillamente como padre,
diciéndoos que las agradezco de corazón y que
haréis lo que más quiero en el mundo, si me
ayudáis a salvar vuestra alma.
Sabéis muy bien, amados hijos, que os acepté en
la Congregación y dediqué constantemente todos los
cuidados posibles a vuestro bien para aseguraros
la eterna salvación; por tanto, si me ayudáis en
esta gran empresa, hacéis cuanto mi corazón de
padre puede esperar de vosotros. Lo que debéis
hacer para triunfar en este gran proyecto, podéis
adivinarlo fácilmente. Observad nuestras reglas,
esas reglas, que la Santa Madre Iglesia se dignó
aprobar para nuestra guía y el bien de nuestra
alma y para provecho espiritual y material de
nuestros queridos alumnos. Hemos leído esas
reglas, las hemos estudiado y son ya el objeto de
nuestras promesas y de los votos, con que nos
hemos consagrado al Señor. Por tanto, os
recomiendo con toda mi alma que ninguno deje
escapar palabras de pesar o, peor todavía, de
arrepentimiento por haberse consagrado al Señor de
esta manera. Esto sería un acto de negra
ingratitud. Todo lo que tenemos en el orden
material y espiritual pertenece a Dios; por lo
cual, cuando nos consagramos a El con la profesión
religiosa, no hacemos más que ofrecer a Dios lo
que El mismo nos da, por así decirlo, prestado,
pero que es de su absoluta propiedad.
Por consiguiente, si nos apartamos de la
observancia de los votos hacemos un hurto al
Señor, cuando ante sus ojos tomamos de nuevo,
pisoteamos y profanamos lo que le hemos ofrecido y
puesto en sus santas manos.
Alguno de vosotros podría decir que la
observancia de nuestras reglas cuesta trabajo y
sacrificios. La observancia de las reglas es dura
para quien las observa de mala gana, para quien
las descuida. Mas, para los diligentes, para los
que aman el bien del alma, esta observancia
resulta, como dice el Salvador, ((**It17.17**)) un yugo
suave, una carga ligera. Iugum meum suave est et
onus meum leve.
Además, queridos míos, >>pretendemos, acaso, ir
en coche al Paraíso? No nos hicimos religiosos
precisamente para gozar, sino para sufrir y ganar
méritos para la otra vida; no nos consagramos a
Dios para mandar, sino para obedecer; no lo
hicimos para apegarnos a las criaturas, sino para
practicar la caridad hacia el prójimo, movidos por
amor de Dios; no fue para llevar una vida
regalada, sino para ser pobres con Jesucristo,
padecer con Jesucristo en la tierra y hacernos así
dignos de su gloria en el cielo.
Animo, pues, queridos hijos míos; pusimos la
mano en la mancera del arado, mantengámosla
firmemente; que ninguno de nosotros vuelva la
vista atrás para mirar al mundo falaz y traidor.
Marchemos adelante. Nos costará trabajo, nos
costará penas, hambre, sed y, tal vez, hasta la
muerte; nosotros contestaremos siempre así: si nos
halaga la magnitud de los premios, no deben en
absoluto acobardarnos las penalidades que hay que
sufrir para merecerlos: Si delectat magnitudo
praemiorum, non deterreat certamen laborum.
Una cosa más creo conveniente manifestar. Me
escriben nuestros Hermanos de todas partes y me
gustaría mucho dar a cada uno la respuesta
correspondiente. Pero, como esto no me es posible,
cuidaré de enviar cartas circulares más a menudo;
circulares que, al paso que me ofrecen la
oportunidad de abriros mi corazón, podrán servir
también de respuesta; es más, de guía a los que,
por santos motivos, viven en tierras lejanas y no
pueden por tanto oír personalmente la voz del
padre, que tanto los quiere en Jesucristo.
La gracia del Señor y la protección de la
Santísima Virgen María estén siempre(**Es17.24**))
<Anterior: 17. 23><Siguiente: 17. 25>