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oía misa y, obligado a salir de la iglesia, volvió
después con gran dificultad al chalet para pedir a
Viglietti una medalla bendecida. El buen hombre se
la colgó al cuello e, inmediatamente, se sintió
perfectamente curado. Las hermanas de San José,
((**It17.239**)) antes
de salir de Pinerolo para ir a asistir a los
atacados del cólera, quisieron recibir de don
Bosco la medalla y la bendición. El les prometió
que todas volverían incólumes, y así fue. El
Obispo atribuía a la ida de don Bosco a su
diócesis el que hubiera sido preservada del
contagio.
Relaciones llegadas a don Bosco o al Oratorio
de mil lugares testimoniaban hechos individuales y
colectivos, que demostraban la portentosa eficacia
de la medalla. Don Esteban Trione había
administrado en Turín la unción de los enfermos a
un atacado del cólera, cuya familia no quería oír
hablar de médicos por los consabidos miedos.
El pobrecito estaba ya en las últimas. Y, sin
embargo, así que se le hizo poner la medalla al
cuello, cesaron los vómitos y desapareció en breve
todo síntoma alarmante.
Los Salesianos repartieron muchas medallas el
veintitrés de agosto a los muchachos internos y
externos de La Spezia, y ninguno de los que,
dóciles a las sugerencias, se pusieron la medalla
bendecida, fue atacado. Murieron, es verdad,
algunos alumnos externos; pero se descubrió que no
habían hecho ningún caso de la medalla.
Un hecho trágico confirmó que la inmunidad no
se debía más que a la bondad de María. Una pobre
mujer, que se enteró de las maravillas de la
medalla, corrió a hacerse con ella y se la puso al
cuello de una hija de seis años, que luchaba
contra las embestidas del mal. Mejoraba la
pequeñita a ojos vistas, cuando llegó el padre y,
al ver aquel objeto religioso, se lo arrancó y lo
tiró vomitando blasfemias. Recuperó entonces el
cólera su violencia y ya no se detuvo. Cuando el
enloquecido padre vio que la niña, próxima a
morir, juntaba sus manecitas en ademán de oración,
la obligó a extenderlas para no verla acudiendo a
Dios.
Más sensato se nos mostró el presidente del
círculo anticlerical que ostentaba la figura de
Satanás en el asta de la bandera. Al ser atacado
por los calambres, fue trasladado al lazareto y,
aunque no quiso confesarse ni se confesó, mandó
buscar la medalla, se la puso al cuello y curó.
Era tan evidente en la ciudad la incolumidad de
todos ((**It17.240**)) los
que llevaban la medalla, que los radicales, para
distraer la atención del público, se dedicaron a
divulgar entre el pueblo que eran los católicos
los que esparcían el cólera.
Es interesante lo que sucedió en Génova. La
masonería había organizado grupos de enfermeros en
los barrios, para que procurasen
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