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Abrio la otra, puso un instante los ojos sobre
ella y se echó a llorar.
Viglietti se asustó y le preguntó qué pasaba.
-La Virgen, dijo don Bosco, nos quiere mucho.
Y, por toda explicación, le dio a leer dos
cartas.
La Providencia le pagaba abundantemente la
fiesta. En la primera carta se le exigía la pronta
restitución de treinta mil liras, que le había
prestado el que escribía, que era Gazzolo. >>Dónde
encontrar una cantidad tan alta para liquidar su
deuda? De momento le resultó molesto aquel
pensamiento. En la otra carta, escribía una noble
señora desde Bélgica preguntando a don Bosco cómo
podría emplear para gloria de Dios la cantidad de
treinta mil francos.
-íBendito sea el Señor!, exclamó el Santo
mientras Viglietti le devolvía las cartas,
embargado él también por la conmoción.
Por lo demás, eran maravillas a las que la
Virgen habíale acostumbrado desde hacía mucho
tiempo. El año anterior, las obras para adaptar en
Mathi Torinese el edificio, que servía de vivienda
para los Hijos de María, habían costado treinta
mil liras. Don Bosco comía con el conde Colle en
Tolón y estaba interiormente preocupado buscando
la manera de satisfacer aquella deuda. Acabada la
comida, el Conde, que no estaba enterado de nada,
le presentó un sobre que contenía treinta mil
francos para sus obras. Don Bosco se volvió a él
sonriendo y le dijo que, durante la comida, su
mente había andado en busca de una solución para
pagar treinta mil liras y que precisamente el
señor Conde había sido elegido por Dios como
instrumento de su providencia. Al oír estas
palabras, el Conde lloró conmovido. El mismo año
de 1883 asistía don Bosco en San Benigno a los
ejercicios espirituales de sus hijos. Estaban
junto a él don Miguel Rúa y don José Lazzero, con
quienes estudiaba la manera de pagar ((**It17.222**))
urgentemente una deuda de veinte mil liras. Los
apuros económicos angustiaban a los Superiores en
aquel momento crítico. Mientras se hacían
proyectos y cálculos, abrió don Bosco el sobre que
acababa de recibir, sacó la carta y leyó. Un señor
le escribía que tenía preparadas veinte mil liras
para una obra de beneficencia y le preguntaba qué
destino debía darles.
-Son cosas de todos los días, concluía el Santo
después de haber narrado los dos episodios. Sin
embargo, los venideros no querrán creerlas y las
calificarán de fábulas.
Aquella tarde hubo también una velada en
miniatura. Los muchachos del Oratorio habían
enviado dos saludos, uno para don Bosco y otro
para Monseñor. Don Juan Bautista Lemoyne se los
leyó durante la cena en el palacio episcopal. El
primero llevaba este encabezamiento: <(**Es17.196**))
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