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indiferentes por sí mismos, pueden, sin embargo,
resultar peligrosos por no ser convenientes a la
edad, al lugar, a los estudios, a las
inclinaciones, a las pasiones nacientes, a la
vocación. También deben eliminarse estos libros.
En cuanto a los libros honestos y amenos, se haría
un gran favor a los estudios, si se pudiese
prescindir de ellos; los profesores podrán, así,
medir los deberes escolares de los alumnos en
proporción al tiempo de que disponen. Mas, como
hoy día es casi incontenible la manía de leer y
como también hay muchos libros buenos que excitan
demasiado las pasiones y la imaginación, he
pensado, si el Señor me da vida, organizar e
imprimir una colección de libros amenos para la
juventud.
Todo esto que digo es con respecto a los libros
que se leen privadamente. Tocante a las lecturas
comunitarias en comedores, dormitorios y salón de
estudio, diré, en primer lugar, que no se lean
nunca libros, sin ser aprobados previamente por el
Director, y exclúyanse las novelas de toda clase,
que no hayan salido de nuestra tipografía.
Léanse en el comedor el Boletín, las Lecturas
Católicas, a medida que se publican, y, en los
intervalos, los libros de historia impresos en el
Oratorio, la Historia de Italia, la Historia
Eclesiástica y de los Papas, las Narraciones de
América y otros temas, pero preferentemente
publicados en la colección de las Lecturas
Católicas y los libros de historia y de cuentos de
la Biblioteca de la Juventud. Estos últimos
podrían leerse en el salón de estudio, donde
hubiese todavía la costumbre de una lectura
durante el último cuarto de hora antes de la
escuela de canto.
En la lectura de los dormitorios quiero se
destierre en absoluto toda lectura recreativa o
amena; deseo se adopten libros, que causen en el
ánimo del jovencito, que va a descansar,
impresiones aptas para hacerlo mejor. Por tanto,
será muy útil que se empleen libros agradables,
pero de tema más bien religioso o ascético.
Empezaría por las biografías de nuestros
jovencitos Comollo, Savio, Besucco, etc.; seguiría
con los libritos de las Lecturas Católicas, que
tratan de religión; terminaría con las vidas de
santos, eligiendo las más atrayentes y oportunas.
Estas lecturas ((**It17.200**))
después de la brevísima plática de la noche,
hechas por un corazón que desea la salvación de
las almas, estoy seguro que a veces harán más
efecto que una tanda de ejercicios espirituales.
Para obtener plenamente estos deseados efectos
y lograr que nuestros libros sirvan de antídoto
contra los libros malos, os ruego y os suplico que
vosotros mismos améis las publicaciones de
nuestros Hermanos, manteniéndoos libres de todo
sentimiento de envidia o menosprecio. Si
encontraseis alguna deficiencia, prestaos, de
palabra y también de obra si podéis, a que se
puedan hacer las correcciones necesarias,
notificando vuestras observaciones al autor mismo
o a los Superiores, a quienes incumbe la revisión
de nuestras publicaciones. Si los jovencitos oyen
al maestro o al asistente alabar un libro, también
ellos lo alabarán, lo apreciarán y lo leerán.
Recordad aquellas palabras que el Padre Santo Pío
IX dirigía un día a los Salesianos: <>Por qué sus escritores son tan estimados? Porque
los hermanos se cuidan de revisar y corregir, como
si fuesen suyas propias, las obras de otro
hermano; después ponderan en público sus méritos a
través de los periódicos y revistas, de que pueden
disponer, les crean buena fama y, en sus
conversaciones privadas, no salen de sus labios
más que palabras laudatorias. Nunca oiréis a uno
solo de esos Padres, que por cierto se cuentan por
millares, proferir palabras de crítica, que puedan
menoscabar la fama de un Hermano>>.
Proceded así también vosotros en medio de
nuestros queridos jovencitos y estad seguros de
que nuestros libros harán un bien inmenso.
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