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arma y la experiencia os enseña cuán criminalmente
saben emplearla para daño de la inocencia. Los
títulos llamativos, la buena calidad del papel, la
limpieza de los caracteres de imprenta, la finura
de los grabados, la economía en el precio, la
garra del estilo, la variedad de la trama, el
fuego de las descripciones, todo está estudiado
con arte y sagacidad diabólica. Toca a nosotros
oponer armas contra armas, arrancar de las manos
de nuestros jóvenes el veneno, que la inmoralidad
y la impiedad les ofrece; oponer libros buenos a
libros malos. íAy de nosotros, si durmiésemos,
mientras el enemigo vela continuamente para
sembrar la cizaña!
Por eso, desde el principio del curso escolar,
hay que cumplir lo que prescriben los reglamentos:
obsérvese pues, atentamente qué libros traen
consigo los alumnos al entrar en el Colegio,
destinando, si hace falta, una persona para
revisar baúles y paquetes. Además, mande el
Director de cada casa hacer a los muchachos la
lista detallada de los libros que traen y
entregarla al Superior mismo. Esta medida no será
superflua, porque así se podrá examinar mejor si
se dejó de ver algún libro y porque, si se
conservan estas listas, podrán servir en
determinadas circunstancias para actuar contra
quien maliciosamente hubiese ocultado un libro
malo.
Manténgase esta vigilancia durante todo el año,
exigiendo a los alumnos que entreguen cualquier
libro nuevo que adquieran o reciban de parientes,
amigos y condiscípulos externos; observando si,
por malicia o por ignorancia, se hiciera llegar a
sus manos paquetes envueltos en diarios malos; y
haciendo prudentes inspecciones en el salón de
estudio, en los dormitorios y en las aulas.
Nunca serán excesivas las precauciones, que se
tomen con este fin. El profesor, el director de
estudios y el asistente observen también lo que
leen los muchachos en la iglesia, en el patio, en
el aula y en el estudio. Además, hay que eliminar
los vocabularios no expurgados. Para muchos
jóvenes son el principio de la malicia y de las
asechanzas de los compañeros malos. Un libro malo
es una peste, que contamina a muchos jóvenes. El
Director debe considerarse afortunado, cuando
logra arrancar de las manos de cualquier alumno
uno de estos libros.
Desgraciadamente los muchachos que tienen estos
libros difícilmente se prestan a la obediencia y
acuden a toda suerte de artimañas para
esconderlos. El Director debe luchar contra la
avaricia, la curiosidad, el miedo al castigo, el
respeto humano y las pasiones desenfrenadas. Por
eso, creo que es necesario ganarse el corazón de
los jóvenes, convenciéndolos con la dulzura.
Varias veces al año, debe tratar el tema de los
libros malos en el púlpito, en la plática de
después de las oraciones de la noche, en las aulas
y hacer ver los daños que de ellos se siguen;
convencer a los jóvenes de que no se pretende más
que la salvación de sus almas y de que, después de
Dios, lo queremos más que cualquier otra cosa. Se
proceda con rigor solamente ((**It17.199**)) cuando
un joven sirviese de daño a los demás. Si uno
entrega un libro malo ya avanzado el curso
escolar, disimúlese la desobediencia cometida y
acéptese el libro como un precioso regalo. Tanto
más cuanto que puede ser que el confesor le haya
prescrito esta entrega, y sería imprudente hacer
más averiguaciones. La noticia de esta benignidad
por parte de los superiores induciría a los
compañeros a denunciar a los que tuviesen
escondidos tales libros.
Pero, una vez descubierto un libro prohibido
por la Iglesia o por ser inmoral, échese en
seguida a las llamas. Hubo libros, que fueron
quitados a los jóvenes y, por guardarlos,
acarrearon la ruina de sacerdotes y clérigos.
Procediendo de este modo, espero que no
entrarán libros malos en nuestros colegios, y, si
entran, serán pronto destruidos.
Pero, además de los libros malos, hay que
vigilar otros que, aun siendo buenos o
(**Es17.176**))
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