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en el corazón. De ordinario, el que veía
descubiertos sus secretos caía de rodillas, y con
voz ahogada por los sollozos, exclamaba:
-íBasta, don Bosco, basta ya!
Y don Bosco añadía:
-Si esta conversación te disgusta, vamos a
dejarla. Pero ya ves que yo tenía razón para
decirte que el estar alejado de mí era tu ruina...
Contaron algunos jóvenes que don Bosco les había
hablado de un monstruo parecido a un elefante,
visto por él en el patio haciendo estragos,
aplastando o lanzando al aire y destrozando a todo
el que se le plantaba delante.
Durante aquel período, dijo un día el Santo a
don Juan Bautista Lemoyne:
-íQué bueno es el Señor con nosotros! Nos
prepara de mil modos extraordinarios para nuestro
bien y el de nuestros jóvenes. Pocos tuvieron en
este mundo los medios que nosotros.
No tardó en manifestarse el efecto de estas
saludables sacudidas.
Aumentaron las comuniones frecuentes y las visitas
diarias a Jesús Sacramentado; creció la docilidad;
se reanimaba la vida del Oratorio. El ciclo de
fiestas, además, puso remate a la obra. Pero se
requerían medidas duraderas: y se dedicó a
buscarlas el Capítulo Superior, en cuyas
reuniones, se fue estudiando cuidadosamente la
situación ambiental del Oratorio. Es instructivo
conocer, al menos en parte, lo que se discutió en
ellas bajo la presidencia de don Bosco.
Nos parece importante para dicho tema la sesión
del cinco de junio. Asistieron a ella, junto con
los Capitulares, don José ((**It17.183**))
Scappini, director de Lanzo y don José Bertello,
director de Borgo San Martino. Después de discutir
una propuesta de don Julio Barberis, tomó de
repente la palabra don Bosco. Agradará leer
íntegramente este punto de las actas.
DON BOSCO.- Se trata de ver y estudiar qué debe
hacerse y qué debe evitarse para asegurar la
moralidad entre los jóvenes y para cultivar las
vocaciones. Ya se establecieron diversas normas en
el Capítulo General, que fueron impresas. Es
doloroso ver cómo muchos jóvenes, que marchan bien
al principio, han cambiado por completo al llegar
al quinto curso. Ya se ha observado que muchos del
cuarto y quinto curso, en vez de decidirse por el
estado eclesiástico, optan, por la universidad o
por un empleo. Una parte de ellos ingresó en el
estado eclesiástico, pero fue al seminario para
complacer a los padres, por manejos de los
párrocos y por consejo de los Obispos. De cien
alumnos del cuarto y quinto curso, quizás sólo dos
pagan pensión normal. Los demás son mantenidos
gratuitamente o, cuando menos, reciben de la casa
los libros y la ropa.
Resulta, pues, que damos de caridad lo que
recibimos de otros, a quien pretende
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