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((**Es17.159**) hace pocos días, vino a mi habitación un rico señor que se jactaba de estar libre de prejuicios. Había oído decir que yo hablaba de la eficacia de la medalla de María Santísima Auxiliadora. Y me preguntó: ->>Es verdad que usted propaga supersticiones? ->>A qué supersticiones se refiere usted? -A la de llevar encima la medalla de María Auxiliadora para librarse del cólera. ->>Y qué le importa a usted eso? -Me importa, porque mi familia y especialmente mi hijo mayor quieren a toda costa tener la medalla. ->>Y usted cree en la eficacia de esta medalla? ->>Yo? De ningún modo. -Es usted muy dueño de no creer en tal cosa. Nadie le obliga. Si usted no cree, siga sin medalla; nadie pretende dársela a la fuerza. Pero, si usted creyese en ella, fácil le sería hacerse con una. ->>Y la superstición? >>Cómo puedo yo creer que un pedazo de metal tenga tanta eficacia? -No se preocupe por ello. Pero usted comprenderá que una práctica, aprobada por la Iglesia, nunca es supersticiosa. Después hablamos un buen rato de las noticias de Francia. Aquel señor se quedó pensativo. Al despedirse, dijo con cierta duda. -Don Bosco >>querría hacerme un favor? -Y diez, si hace falta; hable con libertad. ->>Tendría todavía alguna de esas medallas? -íPero usted no cree en ellas! -Cuando se trata de salvar la piel... comprenderá... en conclusión... lo he dicho de broma... déme la medalla. Yo creo en ella y quiero que me dé una también para mi mujer y para cada uno de mis hijos. >>Habéis comprendido? El Señor, que nos quiere a todos felices, nos da a conocer con estos azotes lo preciosa que es también nuestra vida temporal. Y vosotros, queridos hijos míos, procurad en vuestros sermones hablar a menudo de la muerte. Hoy en día no se hace aprecio alguno de la vida. Uno se suicida porque no puede soportar los dolores y las desgracias; otro arriesga la vida en un duelo; éste la derrocha en el vicio; ése se la juega en arriesgadas y caprichosas empresas; aquél la echa por la borda, arrostrando peligros para lograr venganzas y desahogar pasiones. Predicad, pues, y recordad a todos que no somos nosotros los dueños de la vida. Sólo Dios es el dueño. Quien atenta contra su vida, hace un insulto contra Dios; la criatura hace un acto de rebeldía contra su Creador. Vosotros, que tenéis talento, encontraréis ideas y razones en abundancia y la manera de exponerlas para inducir a vuestros oyentes a amar la vida y respetarla, con el gran pensamiento de que la vida temporal bien empleada es precursora de la vida eterna. ((**It17.179**)) Los recuerdos evocados de los primeros tiempos del Oratorio y de algunos sucesos ocurridos en él durante aquellos años podrían hacer pensar que las cosas hubieran cambiado radicalmente y que ya no reinasen en él la primitiva piedad e inocencia entre los muchachos. Nada más equivocado. Mientras escribimos, vive en Inglaterra la señorita Gerardina Penrose Fitz Gerald, con residencia en Ensbury (**Es17.159**))
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