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e invitó al catecismo. En verdad eran auténticos
representantes de los veteranos de la primera
hora.
íQué bonito, qué agradable y qué edificante
resulta recoger hoy el eco lejano de aquellas
periódicas demostraciones filiales! También en la
comida de los antiguos alumnos eclesiásticos
resonó elocuente la voz del corazón. Don Félix
Reviglio, párroco de San Agustín, pronunció unas
emocionantes palabras.
-Soy feliz, dijo, y estoy orgulloso por
encontrarme al lado de don Bosco. Estoy seguro de
que todos vosotros me envidiáis por el puesto que
ocupo. Cada uno de vosotros querría ciertamente
estar en mi lugar. Pero es muy justo que se me dé
esta preferencia, porque soy uno de los primeros
muchachos del Oratorio y fui el primero que llegó
a ser ordenado sacerdote. Siempre recuerdo que,
cuando éramos pequeños, le rodeábamos y corría él
con nosotros. Hoy me considero más feliz todavía,
no sólo por estar a su lado, sino por lo que acabo
de oír de sus labios. Le he preguntado:
-Don Bosco, >>cómo podríamos recompensarle por
todo lo que ha hecho y sufrido por nosotros?
((**It17.175**)) Y me
ha contestado:
-Llamadme siempre padre y íseré feliz!
-íSí, le llamaremos siempre nuestro padre!, fue
el grito unánime de los oyentes.
Don Juan Bautista Francesia regocijó a los
convidados con unos versos en piamontés. Habló
después otro de los más antiguos, el canónigo
Ballesio, vicario foráneo de Moncalieri, y dijo:
-íAh! Ensalcen otros a los grandes escritores,
que legaron a la posteridad las grandes empresas;
yo ensalzo al que escribió y escribe la ley santa
del Señor en el corazón de tantos hijos y amigos
suyos.
Ensalcen otros a los artistas, que dieron vida a
los lienzos, a los mármoles inmortales; yo ensalzo
al que hizo y sigue haciendo más bella y más digna
la imagen viviente de Dios en tantos hijos y
patrocinados suyos. Ensalcen otros a los valientes
guerreros, a los sagaces políticos;
yo ensalzo al que honra a la patria con sus
pacíficas e inconmensurables empresas dándole
útiles, honrados y dignos ciudadanos. Sí, yo te
ensalzo a ti, querido don Bosco, ángel de nuestra
vida; a ti, a quien yo y muchos amigos míos
debemos el pertenecer a la noble carrera
eclesiástica. Te cantamos a ti, cuyo bendito
recuerdo sigue grabado en nuestra mente, esculpido
dulce y fuertemente en el corazón. Te festejamos a
ti, cuyo nombre suavísimo es como el nombre de
Dios, que ilumina en las dudas, alienta en los
peligros, frena en los enconos, estimula a obrar
bien. íCuántas veces nos aparece tu imagen, en los
(**Es17.156**))
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