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Veo que muchos de vosotros tienen ya la cabeza
calva, los cabellos encanecidos y la frente
surcada de arrugas. Ya no sois los muchachos, que
yo quería tanto; pero siento que ahora os quiero
más que antaño, porque, con vuestra presencia, me
aseguráis que están firmemente grabados en vuestro
corazón los principios de nuestra santa religión,
que yo os enseñé y que son la guía de vuestra
vida. Y os quiero todavía más, porque me
demostráis que vuestro corazón está siempre con
don Bosco. Vosotros me decís:
-Mire, don Bosco, aquí nos tiene para decirle
que todos seguimos siendo suyos por el camino de
la salvación y que sus pensamientos son todavía
los nuestros.
Y yo os respondo que soy todo vuestro en mi
actuación y en mi pensamiento, en cada una de mis
acciones.
Habéis aplaudido a nuestro querido Arzobispo,
el cardenal Cayetano Alimonda, y vuestro aplauso
me ha proporcionado otra gran satisfacción. El
cardenal Alimonda es una gran fortuna para
nosotros. íEs un verdadero protector nuestro, un
amigo, un padre! Todo el agradecimiento que le
manifestamos será siempre inferior a los
beneficios y al amor con que nos ha consolado.
Vuestros vítores al sapientísimo León XIII
resonaron también en mi corazón agradecido por
todo lo que ha hecho en nuestro favor. Me faltan
palabras para expresar la bondad que ha tenido con
nosotros. Todo lo que podemos hacer es rogar al
Dios de bondad, que se digne hacer con los tesoros
de sus gracias y de sus consuelos lo que no nos es
posible a nosotros.
Habéis hablado también de las Misiones. Don
Bosco no puede ir a la Patagonia. Me gustaría
mucho poder ir a ver a tantos, a quienes debo
llamar con el nombre de hijos, que me escriben
cartas afectuosas y a quienes nunca he visto; me
gustaría mucho volver a ver a los que partieron
con tanta abnegación de este Oratorio para llevar
la civilización cristiana a las tribus salvajes.
Pero yo no puedo ir, irá monseñor Cagliero. El
llevará a aquellas tierras la fama de vuestra
bondad y os propondrá como modelos a sus nuevos
amigos. Dirá a aquellos pueblos:
-Venid a Turín y allí veréis a mis antiguos
compañeros que, por ser buenos cristianos, son
felices en sus familias, en la sociedad y en sus
negocios.
Cuando estos salvajes estén convertidos y se
hayan recogido en nuestros colegios miles de
niños, ((**It17.174**))
entonces y en un siglo que tan poco se cuida de
todo lo que sabe a religión, ellos harán ver al
mundo cómo se puede amar a Dios y estar, al mismo
tiempo, honestamente alegres y ser a la par buenos
cristianos y honrados y laboriosos ciudadanos.
Termino. Seguid caminando por el buen camino,
que hace tantos años emprendisteis; de suerte que
podáis teneros por dichosos de haber venido aquí;
don Bosco estará también satisfecho y podrá
gloriarse de que los jóvenes, ya hombres, saben
guardar y practicar las enseñanzas que recibieron
de sus labios. Erais un pequeño rebaño que ha
crecido mucho y se multiplicará todavía más,
seréis luz resplandeciente en todo el mundo y, con
vuestro ejemplo, enseñaréis a los demás cómo se
debe hacer el bien y aborrecer y huir del mal.
Estoy seguro de que seguiréis siendo la
satisfacción de don Bosco. Queridos hijos míos,
que Dios nos ayude con su gracia, de suerte que
podamos un día encontrarnos todos juntos en el
Paraíso.
Un detalle digno de mención es que tomaban
parte en la reunión tres de aquellos primeros
muchachos, que dormitaban el año 1841 ante el
altar de la iglesia de San Francisco de Asís, y
don Bosco los vio
(**Es17.155**))
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