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((**Es17.137**) del extranjero. El Cardenal Arzobispo y su auxiliar monseñor Bertagna oficiaron las sagradas funciones con gran júbilo del Santo, que podía, por fin, dar a las ceremonias el máximo esplendor litúrgico. Como por aquellos días se hablaba mucho de la Exposición, recién abierta en Turín, la Unit… Cattolica, del día veintisiete, definió la fiesta como una exposición católica, dada la afluencia de fieles, la singular piedad, la magnificencia del culto y de la ornamentación, la excelente música interpretada. El artículo terminaba así: <>hay alabanza suficiente para su obra? En lugar de las alabanzas de unos pobres periodistas, don Bosco goza del aprecio, la veneración y el afecto de los turineses: goza de la protección de la Virgen Auxiliadora; goza de la alabanza, la bendición, el premio de Dios, a cuya gloria ha consagrado la vida>>. ((**It17.152**)) En efecto, sólo Dios podía medir la abundancia de los frutos espirituales, que el celo del Santo producía en las almas, mediante celebraciones tan solemnes. Prueba de ello es la escena, que se desarrolló el día veinticuatro por la mañana, ante diversos testigos. a eso de las ocho, mientras confesaba como de costumbre a los muchachos del Oratorio en la sacristía, entró un señor, de unos treinta años, se plantó junto a la pared de enfrente y allí se quedó contemplando cómo los pequeños penitentes pasaban uno tras otro para confiar sus íntimos secretos al padre de sus almas. La actitud de aquel hombre reclamó la atención y también la vigilancia de los sacerdotes destinados al servicio del público. El desconocido parecía inquieto, agitado; de vez en cuando daba unos pasos hacia adelante y hacia atrás, para volver después a su puesto de observación. Cuando quedó libre el reclinatorio de uno de los lados de don Bosco se acercó a él, pero como permanecía de pie y veía el Santo que no se alejaba, preguntóle qué quería. -No sé, contestó. ->>Quiere confesarse? -íDe ningún modo! No creo en eso. -Si no va a confesarse, retírese y deje que vengan otros. Pero aquel hombre daba la impresión de que no podía retirarse, como si una fuerza interior lo tuviera allí clavado. Don Bosco, para no perder tiempo, volvióse del otro lado y confesó al último muchacho. Y el hombre seguía sin moverse. Aquello era suficiente para comprender que se trataba de una alma acosada por la gracia de Dios. (**Es17.137**))
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