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más de las veces, los centros existentes en Roma
exigen por su finalidad y su fundación que los
muchachos cumplan ciertas condiciones, por las que
muchos no pueden ser admitidos en ellos; por
ejemplo, unos exigen que los muchachos sean
romanos; otros, que pertenezcan a determinadas
ciudades y naciones y, después, la mayor parte de
ellos se han convertido en insuficientes para la
necesidad, en razón de los tiempos y las cosas.
Actualmente el Papa quiere un instituto
verdaderamente católico, es decir, que admita a
muchachos pobres en peligro, no sólo romanos e
italianos, sino franceses, alemanes, españoles y
de cualquier nación y condición que sean, con tal
de que se encuentren en peligro para el alma o
para el cuerpo. El Santo Padre desea mucho esta
obra, y, por eso, la recomienda encarecidamente y
bendice a los Cooperadores y Cooperadoras, que
concurren a ella con sus limosnas.
Oyó también hablar, con mucha satisfacción, de
la iglesia de San Juan Evangelista en Turín. Al
lado de esta iglesia, dedicada al Apóstol de la
caridad, se necesitaba también un internado para
que se pudiese decir: he aquí la caridad en la
práctica; he aquí cómo se honra al Apóstol de la
caridad. Se comenzaron las obras, se trabaja en
él, ya se está acabando y espero quede concluido
este año y que pronto lo tengamos lleno de
muchachos. Al oír esto el Sumo Pontífice, concluyó
diciendo:
-Si queremos una sociedad buena, debemos
dirigir todos nuestros esfuerzos a la educación
cristiana de la juventud, que constituirá los
hombres del mañana. Si se la educa bien, tendremos
una sociedad familiar y civil de buenas
costumbres; si se la educa mal, la sociedad irá
empeorando cada día y los hijos lamentarán, al
llegar a la edad madura, la mala educación que les
dieron sus padres, si es que no tienen tal vez que
maldecir su memoria.
Estos son los sentimientos, que expresó el
Vicario de Jesucristo, el cual terminó impartiendo
su apostólica bendición para todos.
Entretanto, para merecer una especial bendición
de María Auxiliadora y corresponder al vivo deseo
del Santo Padre, procure cada uno hacer lo que
pueda para el hospicio del Sagrado Corazón de Roma
y para el de San Juan Evangelista de esta ciudad.
Vuestra caridad favorece a la sociedad civil, a
las familias cristianas y, digámoslo ((**It17.151**)) en
hora buena, también a las que no lo son, porque,
al menos, tendremos con vuestra caridad hombres
bien educados e instruidos, reinará la paz en las
familias y el padre, la madre y los parientes se
verán mejor correspondidos por los hijos, que, en
lugar de ser su azote, llegarán a ser su consuelo
y apoyo en la vejez.
Es más, vuestra caridad os aprovechará a
vosotros y a vuestros hijos porque Dios,
manteniendo su promesa, os dará el céntuplo en
esta vida y un premio eterno en la otra.
Mañana pienso celebrar la santa misa para pedir
al Señor que os bendiga a vosotros, vuestros
parientes, vuestros intereses espirituales y
temporales y para obtener la gracia más preciosa e
importante de encontrarnos un día todos juntos en
el paraíso y alabar y gozar de Dios con nuestra
dulcísima Madre Auxiliadora.
Don Bosco había hablado con vigor ya no
acostumbrado; más aún, al bajar del púlpito, dijo
que se sentía con ánimos para seguir predicando
mucho más tiempo. Con este bienestar, pudo
aguantar el cansancio que le causó la solemnidad.
El día de la fiesta, se apiñaron en el templo y
en sus alrededores nutridos grupos de fieles,
llegados hasta de lugares remotos de Italia y
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