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((**Es17.121**)no concedérselos a éste? >>Para qué constituirme en Protector de esta Congregación, si se tiene en tan poca cuenta mi protección? Si la Congregación Salesiana no merece estos privilegios, como todas las demás Congregaciones, dígaseme en qué desmerece y yo intervendré para corregirlo; pero, si no es así y, a pesar de ello, no se quieren conceder, yo estoy cansado de pedir y no obtener nunca nada. Los Salesianos tendrían motivo para acusarme de que descuido sus asuntos, o para creer que yo no puedo obtener nada de Vuestra Santidad. íPor lo tanto, renuncio al título de Protector, pues de nada me sirve! Yo no quiero ocuparme más de estos asuntos. -No, contestó el Papa, no diga eso. Yo deseo hacer lo que conviene a los Salesianos; deseo favorecerlos. Tenga paciencia. Ya ve cuántos asuntos me agobian. -Me encomiendo, pues, a Vuestra Santidad; dígnese dar curso a los papeles que le entrego. Pero, cuando volvió otro día a hablar del asunto con el Santo Padre y pidió aquellos papeles, no se encontraron en ninguna parte. El secretario, o el camarero que fuere, los había quitado y echado a la papelera y, a la llegada del Santo, habían ((**It17.133**)) desaparecido. Hubo, pues, que rehacer el trabajo con notable pérdida de tiempo. Pareció, sin embargo, en un principio que había un nuevo indicio de esperanza, puesto que el Cardenal Prefecto, por motivos de salud, estaba entonces dispensado de sus ocupaciones y los asuntos dependían únicamente del secretario monseñor Masotti, que iba a la audiencia en lugar de su Superior, y se manifestaba benévolo; sin embargo, no hacía nada sin consultar a Ferrieri. Transmitidos, pues, los nuevos papeles, en los que se pedían los privilegios per communicationem a la Sagrada Congregación, con orden del Papa de que se examinaran, don Bosco vio llegar, como respuesta, una notificación, en la que se decía que un Breve de Pío IX había abolido esta manera de dar los privilegios; era, por tanto, indispensable una petición detallada de cada uno de los privilegios, que se creía necesitar. Lacerado el cuerpo por sus achaques y agobiada la mente por tantas intrigas, don Bosco hizo de tripas corazón y se sometió otra vez a este esfuerzo de búsqueda para presentar después la lista al Padre Santo y suplicarle se dignase cursarla. Como Dios quiso, se llegó al fin; así, por lo menos, pensaba el Santo. Pero, el día primero de mayo por la tarde, recibió una carta oficial muy seca de Su Eminencia Ferrieri, pidiendo que se uniera a cada uno de los privilegios solicitados la fecha de los Breves, los nombres de los Pontífices que los habían concedido y las indicaciones de las Ordenes religiosas que los (**Es17.121**))
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