((**Es17.112**)
No podríamos cerrar este capítulo mejor que
presentando las reflexiones que le sugirieron a
Lemoyne los recuerdos del viaje, acerca de la
memoria, el talento y la cultura del Santo.
He aquí lo que dejó escrito el óptimo
secretario.
((**It17.122**))
Resulta admirable ver cómo don Bosco, pese a su
avanzada edad de sesenta y nueve años, toma parte
en cualquier cuestión y sabe decir su palabra
oportuna. Por su memoria, hoy menos feliz que
antaño, se puede calcular lo rico que debió ser su
saber en la edad florida. Si se presenta a él un
antiguo alumno, de los miles que estuvieron en el
Oratorio (hace poco los reconocía a todos),
recuerda todavía su nombre o bien, después de
preguntárselo, las más de las veces sabe decir su
pueblo y recuerda después todo lo que le sucedió
en el Oratorio, incluso mil pequeñas anécdotas.
Este año se encontró con uno que había vivido con
él en 1846 y le pidió noticias de un hermano suyo,
que estaba entonces también en el colegio,
recordando su nombre y el de su madre viuda.
Cuando don Bosco se encuentra con un médico y
hablan de enfermedades, él conoce las causas, el
curso, la crisis y los principales remedios de las
mismas.
Cuando conversa sobre la lengua griega, no le
faltan textos de autores para exhibir a los
oyentes.
Si se habla de autores italianos o latinos, don
Bosco no deja de recitar trozos de memoria.
Especialmente recita de corrida cantos enteros de
Dante.
Comía en Roma con el abogado Menghini,
doctísimo profesor de hebreo; salió esta lengua a
la conversación y vino a colación aquel pasaje del
Eclesiástico: <>.
-En lengua hebrea corresponde, decía Menghini,
a una frase que indica el milagro de la
generación. Por eso, en el texto hebreo, en lugar
de adolescentia, se lee adolescéntula, alma con la
letra a minúscula y no con A mayúscula, que
significaría virgen, título que propiamente se da
sólo a la Virgen: Alma circumdabit virum.
Y he aquí que don Bosco dijo de improviso el
texto íntegro hebreo, que Menghini repitió con la
misma pronunciación.
Se encontraba don Bosco en Sampierdarena,
presentóse a los postres Parodi, capitán de
corbeta, y salió la conversación en torno a la
manera de sacar a flote una nave hundida en el
fondo del mar. Y don Bosco se puso a explicar
cuándo esta operación es posible y cuándo no lo es
o resulta inútil. Y cuando es posible, explicó los
tres sistemas con sus dificultades y maneras, y
cuál de las tres era la preferible. Semejante
erudición naval llenó de asombro a todos, pues era
inesperada.
Lo mismo sucedía si se hablaba de armas
antiguas y modernas, de astronomía, etcétera.
Pero, cuando se trataba de historia, se
encontraba en su fuerte. En cualquier punto de
ella que se tomase, especialmente si era la
eclesiástica, él citaba no sólo los detalles, sino
hasta los autores que habían escrito sobre aquella
materia, y no uno sino muchos.
En fin, tenía algo más que una noción en muchas
ciencias.
Estos hechos sucedieron en el viaje de ida y
vuelta de Roma.
((**It17.123**))
Además, don Bosco narraba con admirable erudición
la historia de los telégrafos, de la magia, de la
arquitectura, de la imprenta, de las letras, de
los números arábigos y romanos y resultaba
agradabilísimo oírlo.
(**Es17.112**))
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