((**Es17.106**)
separar de vosotros y partir para mi eternidad.
(Nota del secretario. Al llegar aquí, don Bosco
dejó de dictar; sus ojos estaban llenos de
lágrimas, no a causa del disgusto, sino por la
inefable ternura que se reflejaba en su rostro y
en sus palabras; unos instantes después,
continuó). Por tanto, mi mayor deseo, queridos
sacerdotes, clérigos y jóvenes, es dejaros
encaminados por la senda que el Señor desea que
sigáis.
Con este fin, el Padre Santo, al cual he visto
el viernes nueve de mayo, os envía de todo corazón
su bendición. El día de María Auxiliadora me
encontrare en vuestra compañía ante la imagen de
nuestra amantísima Madre. Deseo que su fiesta se
celebre con toda solemnidad y que don José Lazzero
y don Segundo Marchisio se preocupen de que la
alegría reine también en el comedor. La festividad
de María Auxiliadora debe ser el preludio de la
fiesta eterna que hemos de celebrar todos juntos
un día en el Paraíso.
Roma, 10 de mayo de 1884
Vuestro
afectísimo en J. C.,
JUAN BOSCO, Pbro.
((**It17.115**)) Esta
carta es un verdadero tesoro que, juntamente con
el tratadito sobre el Sistema Preventivo y con el
Reglamento para las Casas, forma la trilogía
pedagógica dejada por don Bosco como herencia, a
sus hijos. Pedagogía humilde y elevada que, donde
sea entendida y puesta en práctica, puede
convertir a los institutos educativos en remansos
de paz, asilos de inocencia, hogar de virtudes,
palestra de estudio, viveros en suma de óptimos
cristianos, de honrados ciudadanos y dignos
eclesiásticos. Pero todo ello ha de conseguirse
con buena voluntad y espíritu de sacrificio.
Antes de seguir adelante, presentaremos aquí
las cinco cartas, que llegaron a nosotros, de las
muchas que escribió en Roma. La primera está
dirigida a don José Lazzero, que seguía dirigiendo
el Oratorio con el título de vicedirector. Se
habla en ella de la <>, que don Miguel Rúa
debería quitarse del pecho, porque podría cansarlo
demasiado. No sería extraño que se tratase del
cilicio. Estaba entonces don Miguel Rúa delicado;
añadíase a otros achaques un ataque de lumbago,
que le obligó a guardar cama algunos días. De ahí
las nes del Santo por su salud, manifestadas al
que era su confesor durante la ausencia de don
Bosco.
Querídísimo Lazzero:
Es ésta quizás la primera carta que escribo
después de mi salida de Turín, y quiero que sea
para ti, mi siempre querido Lazzero.
Dirás a nuestros amados hermanos y queridos
hijos de la casa que mi salud, especialmente desde
hace dos días, ha mejorado notablemente y, por
eso, deseo que, a mi llegada, hagamos un bonita
fiesta en la iglesia para agradecer a la Virgen
los innumerables beneficios que nos ha concedido y
también en el comedor para quitar la melancolía y
estar alegres en el Señor.
(**Es17.106**))
<Anterior: 17. 105><Siguiente: 17. 107>