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pero siempre de las mismas faltas, de las mismas
ocasiones próximas, de las mismas malas
costumbres, de las mismas desobediencias, de las
mismas negligencias en el cumplimiento de los
deberes. Van así adelante durante meses y años y
algunos llegan hasta el final de los estudios.
Tales confesiones valen poco o nada; por tanto,
no proporcionan la paz y, si un jovencito fuese
llamado en tal estado ante el tribunal de Dios, se
vería en un aprieto.
->>Y hay muchos de éstos en el Oratorio?
-En relación con el gran número de jóvenes que
hay en la casa, afortunadamente son pocos. Mira.
Y, al decir esto, me los señalaba.
Yo los observé uno a uno. Pero en esos pocos vi
cosas que amargaron grandemente mi corazón. No
quiero ponerlas por escrito, pero cuando esté de
regreso quiero comunicarlas a cada uno de los
interesados. Ahora os diré solamente que es tiempo
de rezar y de tomar firmes resoluciones; de
cumplir, no de palabra sino de hecho, y demostrar
que los Comollo, los Domingo Savio, los Besucco
y los Saccardi, viven aún entre nosotros.
Por último pregunté a aquel amigo:
->>Tienes algo más que decirme?
-Predica a todos, mayores y pequeños, que
recuerden siempre que son hijos de María Santísima
Auxiliadora. Que Ella los ha reunido aquí para
librarlos de los peligros del mundo, para que se
amen como hermanos y para que den gloria a Dios y
a Ella con su buena conducta; que es la Virgen
quien les provee de pan y de cuanto necesitan para
estudiar, obrando infinitos portentos y
concediendo innumerables gracias. Que recuerden
que están en vísperas de la fiesta de su Santísima
Madre y que, con su auxilio, debe caer la barrera
de la desconfianza que ((**It17.114**)) el
demonio ha sabido levantar entre los jóvenes y los
Superiores y de la cual sabe servirse para ruina
de las almas.
->>Y conseguiremos derribar esa barrera?
-Sí, ciertamente, con tal de que, mayores y
pequeños, estén dispuestos a sufrir alguna pequeña
mortificación por amor a María y pongan en
práctica cuanto he dicho.
Entretanto, yo continuaba observando a los
jovencitos y, ante el espectáculo de los que veía
encaminarse a su perdición eterna, sentí tal
angustia que me desperté.
Querría contaros otras muchas cosas
importantísimas que vi en este sueño, pero el
tiempo y las circunstancias no me lo permiten.
Concluyo: >>Sabéis qué es lo que desea de
vosotros este pobre anciano que ha consumido toda
su vida buscando el bien de sus queridos jóvenes?
Nada más que, observadas las debidas
proporciones, florezcan los días felices del
antiguo Oratorio. Las jornadas del afecto y de la
confianza cristiana entre los jóvenes y los
Superiores; los días del espíritu de
condescendencia y de mutua tolerancia por amor a
Jesucristo; los días de los corazones abiertos a
la sencillez y al candor; los días de la caridad y
de la verdadera alegría para todos. Necesito que
me consoléis haciendo renacer en mí la esperanza y
prometiéndome que haréis todo lo que deseo para el
bien de vuestras almas. Vosotros no sabéis
apreciar la suerte que habéis tenido al estar
recogidos en el Oratorio. Os aseguro delante de
Dios que basta que un joven entre en una Casa
Salesiana, para que la Santísima Virgen lo tome en
seguida bajo su celestial protección. Pongámonos,
pues, todos de acuerdo. La caridad de los que
mandan, la caridad de los que deben obedecer, haga
reinar entre nosotros el espíritu de San Francisco
de Sales. íOh, mis queridos hijos!, se acerca el
tiempo en que me tendré que
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