((**Es17.103**)por lo
que los jóvenes amaban y obedecían prontamente.
Pero ahora los Superiores son considerados sólo
como tales y no como padres, hermanos y amigos;
por tanto, son más temidos que amados. Por eso, si
se quiere hacer un solo corazón y una sola alma,
por amor a Jesús, se debe romper esa barrera fatal
de la desconfianza que ha de ser suplantada por la
más cordial confianza. Es decir: que la obediencia
ha de guiar al alumno como la madre a su hijito;
entonces reinarán en el Oratorio la paz y la
antigua alegría.
->>Cómo hacer, pues, para romper esta barrera?
-Familiaridad con los jóvenes, especialmente en
los recreos. Sin la familiaridad no se puede
demostrar el afecto y, sin esta demostración, no
puede haber confianza. El que quiera ser amado es
menester que demuestre que ama. Jesucristo se hizo
pequeño con los pequeños y cargó con nuestras
debilidades. íHe aquí el Maestro de la
familiaridad!
El maestro al cual sólo se le ve en la cátedra,
es maestro y nada más, pero, si participa del
recreo de los muchachos, se convierte también en
hermano.
Si a uno se le ve en el púlpito predicando, se
dirá que cumple con su
deber, pero si se le ve diciendo en el recreo una
buena palabra, habrá que reconocer que esa palabra
proviene de una persona que ama.
íCuántas conversiones no fueron efecto de
alguna de sus palabras pronunciadas improvisamente
al oído de un jovencito mientras se divertía! El
que sabe que es amado, ama, y el que es amado lo
consigue todo, especialmente de los jóvenes. Esta
confianza establece como una corriente eléctrica
entre jóvenes y Superiores. Los corazones se abren
y dan a conocer sus necesidades y manifiestan sus
defectos. Este amor hace que los Superiores puedan
soportar las fatigas, los disgustos, las
ingratitudes, las faltas de disciplina, las
ligerezas, las negligencias de los jóvenes.
Jesucristo no quebró la caña ya rota, ni apagó la
mecha humeante. He aquí vuestro modelo. Entonces
no habrá quien trabaje por vanagloria, ni quien
castigue por vengar su amor propio ofendido; ni
quien se retire del campo de la asistencia por
celo a una temida preponderancia de otros; ni
quien murmure de los otros para ser amado y
estimado de los jóvenes, con exclusión de todos
los demás superiores, mientras, en cambio, no
cosecha más que desprecio e hipócritas zalamerías;
ni quien se deje robar el corazón por una criatura
y, para agasajar a ésta, descuide a todos los
demás jovencitos; ni quienes, por amor a la propia
comodidad, menosprecien el deber de la asistencia;
ni quienes, por falso respeto humano, se abstengan
de amonestar a quien necesite ser amonestado. Si
existe este amor efectivo, no se buscará más que
la gloria de Dios y el bien de las almas. Cuando
languidece este amor, es que las cosas no marchan
bien. >>Por qué se quiere sustituir la caridad por
la frialdad de un reglamento? >>Por qué los
Superiores dejan a un lado la observancia de
((**It17.112**))
aquellas reglas de educación que don Bosco les
dictó? >>Por qué, al sistema de prevenir, de
vigilar y corregir amorosamente los desórdenes, se
le quiere reemplazar por aquel otro más fácil y
más cómodo para el que manda, de promulgar la ley
y hacerla cumplir, mediante los castigos que
encienden odios y acarrean disgustos; y, si se
descuida el hacerlas observar, son causa de
desprecio para los Superiores y de desórdenes
gravísimos?
Y esto sucede necesariamente, si falta la
familiaridad. Si, por tanto, se desea que, en el
Oratorio, reine la antigua felicidad, hay que
poner en vigor el antiguo sistema: el Superior sea
todo para todos, siempre dispuesto a escuchar toda
duda o lamentación de los muchachos, todo ojos
para vigilar paternalmente su conducta, todo
corazón para buscar el bien espiritual de sus
subalternos y el bienestar temporal de aquéllos a
quienes la Providencia ha confiado a sus cuidados.
(**Es17.103**))
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