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que alborotaban alegremente. Entre jóvenes y
superiores reinaba la mayor cordialidad y
confianza. Yo estaba encantado al contemplar aquel
espectáculo y Valfré me dijo:
-Vea, la familiaridad engendra afecto y el
afecto, confianza. Esto es lo que abre los
corazones y los jóvenes manifiestan todo sin temor
a los maestros, a los asistentes y a los
superiores. Son sinceros en la confesión y fuera
de ella y se prestan con facilidad a todo lo que
les quiere mandar aquél que saben los ama.
En tanto se acercó a mí otro antiguo alumno,
que tenía la barba completamente blanca y me dijo:
-Don Bosco >>quiere ver ahora los jóvenes que
están actualmente en el Oratorio?
Este era José Buzzetti.
-Sí, respondí; pues hace un mes que no los veo.
((**It17.109**)) Y me
los señaló: vi el Oratorio y a todos vosotros que
estabais en reo. Pero no oía ya gritos de alegría
y canciones, no contemplaba aquel movimiento,
aquella vida que vi en la primera escena.
En los ademanes y en el rostro de algunos
jóvenes se notaba una tristeza, una desgana, un
disgusto, una desconfianza que causaba gran pena a
mi corazón. Vi, es cierto, a muchos que corrían,
que jugaban, que se movían con placentera
despreocupación; pero otros, y eran bastantes,
estaban solos, apoyados en las columnas, presa de
pensamientos desalentadores; otros estaban por las
escaleras y los corredores o en los poyetes, que
dan a la pared del jardín, para no tomar parte en
el recreo común; otros paseaban lentamente
formando grupos y hablando en voz baja entre
ellos, lanzando a una y otra parte miradas
sospechosas y mal intencionadas; algunos sonreían
pero con una sonrisa acompañada de gestos que
hacían no solamente sospechar, sino creer que san
Luis habría sentido sonrojo si se hubiese
encontrado en compañía de los tales; incluso entre
los que jugaban había algunos tan desganados, que
daban a entender a las claras que no encontraban
gusto alguno en el recreo.
->>Ha visto a sus jóvenes?, me dijo aquel
antiguo alumno.
-Sí que los veo, le contesté suspirando.
-íQué diferentes son de lo que éramos
nosotros!, exclamó.
-íMucho! íQué desgana en este recreo!
-Y de aquí proviene la frialdad de muchos para
acercarse a los santos sacramentos, el descuido de
las prácticas de piedad en la iglesia y en otros
lugares; el estar de mala gana en un lugar donde
la Divina Providencia los colma de todo bien
corporal, espiritual e intelectual. De aquí el no
corresponder de muchos a la vocación; de aquí la
ingratitud para con los superiores; de aquí los
secretitos y las murmuraciones, con todas las
demás deplorables consecuencias.
-Comprendo, entiendo, respondí yo. Pero >>cómo
animar a estos jóvenes para que vuelvan a la
antigua vivacidad, alegría y expansión?
-Con la caridad.
->>Con la caridad? Pero >>es que mis jóvenes no
son bastante amados? Tú sabes cuánto los amo. Tú
sabes cuánto he sufrido por ellos y cuánto he
tolerado en el transcurso de cuarenta años y
cuánto tolero y sufro en la actualidad. Cuántos
trabajos, cuántas humillaciones, cuántos
obstáculos, cuántas persecuciones para
proporcionarles pan, albergue, maestros y
especialmente para buscar la salvación de sus
almas. He hecho cuanto he podido y sabido por
ellos que son el afecto de toda mi vida.
-No me refiero a usted.
->>De quién hablas, pues? >>De los que hacen
mis veces? >>De los directores, de los
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