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ha sido incoado. Al frente de dicha comunidad,
estaba una Sénislhac. A ella se dirigió la señora
De Combaud. Como fácilmente se preveía y como
realmente fue, si don Bosco celebraba la misa hoy
aquí, mañana allá, donde lo invitasen, nunca
estaría de vuelta antes del mediodía, con lo cual
la avalancha de visitantes sería enorme en las
horas de la tarde. Se convino, pues, en ir a
medias; él iría, cada tarde a las dos, a casa
Sénislhac y allí atendería a las audiencias
vespertinas. Para ello se destinó ((**It16.107**)) un
amplio y cómodo apartamiento del primer piso. Se
subía a él por la escalera de honor. Una pieza de
ingreso daba entrada a una salita, de donde se
pasaba a una gran sala iluminada por tres ventanas
a la calle. Desde allí se penetraba en una
antesala, en la que se abría la puerta de la
biblioteca; en ella recibiría don Bosco.
Es útil presentar ya desde el principio el
horario de las jornadas parisienses de don Bosco.
Se levantaba a las cinco, hacía oración y atendía
al despacho de la correspondencia que le había
llegado con el último correo de la tarde anterior;
un montón de cartas, que crecía cada día más. Iba,
después, a celebrar en la capilla o iglesia donde
se le esperaba y, después, recibía allí mismo
algunas visitas y seguía recibiendo otras en casa
De Combaud hasta que llegaba la hora de ir a comer
con alguno de los que cada día le acosaban a
invitaciones. A las dos, procuraba estar en casa
Sénislhac para las audiencias vespertinas, que
duraban seis horas por lo menos y volvía al
palacio De Combaud ordinariamente a eso de las
diez. Aquí se entretenía un ratito con sus
huéspedes y, después, se retiraba a su habitación
con el secretario y veía si las cartas de la
jornada habían sido bien clasificadas para las
respuestas. Finalmente, hecha su oración, se
acostaba hacia la medianoche.
El día veinte por la tarde, la señorita
Sénislhac y sus compañeras pudieron hacerse una
idea de lo que iba a suceder en los días
sucesivos. A las dos, estaba ya su vivienda
literalmente invadida; personas de toda condición
pedían ver a don Bosco. Las religiosas querían que
la primera bendición del Siervo de Dios en su casa
fuese para ellas y se reunieron en torno a él en
la biblioteca, tan pronto como entró. Se daba por
seguro que el secretario se encargaría
personalmente de introducir a los visitantes; pero
él, después de presentarles a don Bosco, se había
escabullido, pues tenía otros asuntos que atender.
íLas pobres mujeres se encontraron en un enredo!
Lo primero fue defender a don Bosco de una
invasión; para ello, la señorita Jacquier se
plantó en la puerta de la biblioteca que daba a la
sala mayor, y la señorita Bethford montó guardia
((**It16.108**)) en la
que salía de la biblioteca al descansillo(**Es16.97**))
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