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vestidos. Fue una ovación general y diaria, no
preparada ni organizada en modo alguno, sino
improvisada, espontánea y francamente asombrosa.
Y eso que su exterior no ofrecía a los ojos del
público nada de lo que domina a las masas. Los
periódicos resaltaban su estatura mediana, su paso
vacilante, su vista fatigada, su tono de voz lento
y apagado, su acento extranjero y un lenguaje más
extranjero todavía, su extremada sencillez de
trato; pero también destacaban su bondad
exquisita, su dulzura inalterable, su paciencia
heroica, advirtiendo que la aureola de taumaturgo
que rodeaba su nombre, lo dejaba tan indiferente y
modesto como podía aparecer el último de sus
hijos. Pero los no profanos descubrían
perfectamente el secreto de tan poderoso
atractivo: era su santidad la que, pese a todas
las intentadas deformaciones del alma popular, sin
embargo, ejercía siempre, hasta en París, su
perenne fascinación.
El movimiento al que nos referíamos, comenzó
enseguida al día siguiente ((**It16.106**)) de su
llegada. Aquella mañana, después de celebrar la
misa en la iglesia de las Carmelitas, don Bosco
acudió presuroso al Arzobispado: le urgía
presentarse a saludar al ángel de la diócesis. No
vio al Arzobispo, que había salido para
administrar la confirmación;
pero visitó al Coadjutor, monseñor Richard, que le
dispensó los mejores agasajos. Pero quiso volver
aquel mismo día; entonces el cardenal Guibert
sostuvo con él una larga y cordial entrevista.
Cuando regresó a casa, se encontró con un centenar
de personas que pedían verle.
Aquella afluencia, índice de lo que iba a
suceder en su palacio de la mañana a la tarde
durante los días siguientes, asustó a la señora De
Combaud, que buscó en seguida un remedio. Cerca de
la iglesia de la Madeleine, en la calle Ville
l'Evêque, en el palacio De Sénislhac, había una
comunidad que exteriormente no tenía apariencias
monacales, pero que formaba una familia religiosa
femenina, cuyos miembros pertenecían a la
aristocracia, y se llamaban Señoritas, no monjas
1. Eran las Oblatas del Sagrado Corazón de
Montluçon, fundadas por Luisa Teresa de Montaignac
de Chauvance, cuyo proceso de beatificación
1 La gente pensaba que aquellas Demoiselles
debían ser religiosas; pero al no ver ningún
indicio de ello, se las preguntó durante la
presencia de don Bosco:
->>A qué Orden pertenecéis?
-A la de los buenos cristianos.
->>A qué os dedicáis?
-A recibiros a vosotros.
->>Pero en qué casa de caridad nos encontramos?
-En la de la señorita Sénislhac.
Con respuestas como éstas eludían la curiosidad
del público.(**Es16.96**))
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