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Era el miércoles 18 de abril, cuando, a eso de
las seis de la tarde, llegaba don Bosco,
acompañado por don Camilo de Barruel a la estación
de Lyon. Un coche, que lo esperaba, lo llevó a
través de los bulevares, hasta la avenida Mesina,
y se detuvo ante la cochera del palacio De
Combaud. La Condesa, noble dama de edad avanzada y
óptima cristiana, se consideraba felicísima por
haber logrado que aceptase su hospitalidad. Ya
tuvimos ocasión de nombrarla, al hablar del futuro
monseñor Malán y de su extraordinaria vocación 1.
Poseía ella una casa de campo en los alrededores
de La Navarre, donde había visto al Siervo de Dios
en su reciente visita y se habían puesto de
acuerdo para la próxima ida a París. Puso allí a
su disposición un apartamiento totalmente
independiente del resto de la casa, con personas
para su servicio y todo lo necesario para que se
encontrara enteramente a su gusto.
Pronto advirtió la acertada elección del
secretario. Don Camilo de Barruel era un francés
verdadero, descendiente de una noble familia del
Delfinado 2, había estudiado derecho y había sido
jefe de secretaría de un Departamento, durante la
presidencia del mariscal Mac-Mahon. En su
adolescencia había sido condiscípulo en el
seminario menor, abierto por monseñor ((**It16.105**))
Dupanloup en Chapelle Saint-Mesmin, cerca de
Orleáns, de monseñor Camilo Siciliano de Rende, a
la sazón Nuncio Apostólico en París. Hombre culto
y experimentado, fue una verdadera providencia
para don Bosco en aquel gran mundo.
París se conmovió a la llegada de don Bosco.
Esta frase lo dice todo. Las grandes ciudades no
suelen conmoverse tan fácilmente por la presencia
de huéspedes, aunque sean muy ilustres.
París, por su parte, es tal vez la ciudad más
indiferente que exista ante novedades de esta
clase. Hoy día sólo puede comparársele Roma.
Personajes de mucho renombre en las artes, en las
ciencias y en la política, autoridades de primer
orden en la jerarquía social pasan y vuelven a
pasar por ella continuamente y, cuando más, sólo
atraen una momentánea atención. Ab assuetis non
fit passio (lo que es costumbre no conmueve). Por
el contrario, tan pronto como corrió la voz de que
don Bosco estaba en París, se produjo un
movimiento incesante y arrollador hacia su
persona; doquiera se supiese que se encontraba, la
gente quería verlo, escucharlo, acercarse a él y
tocar sus
1 Véase vol. XV, pág. 486 y sigs.
2 Delfinado: es la antigua provincia de Francia
Dauphiné, con Grenoble por capital, que comprendía
los departamentos de IsŠre, Hautes Alpes y Dr“me,
de hoy. (N. del T.).(**Es16.95**))
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