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inalterada calma en mi amigo don Bosco. En efecto,
después del posterior coloquio que tuve con él en
Valdocco, quedé tan edificado que, antes de volver
a Niza, escribí una larguísima carta al Arzobispo,
en la que le refería todas las buenas impresiones
que había recibido sobre el particular>>.
Se escribieron muchas cartas de este género,
exhortando a Monseñor a que dejara tranquilo a don
Bosco. El teólogo Franchetti posee los originales.
En una carta de agosto de 1873, monseñor De
Gaudenzi, Obispo de Vigévano, le daba este
testimonio: <>.
La confirmación de que caminaba por las vías de
la rectitud se tiene en los dones sobrenaturales,
que no dejaron de brillar en él, durante el
período de sus mayores tribulaciones. Es preciosa
una respuesta suya respecto a esto. Cuando llegó a
Turín el cardenal Alimonda y comenzó a brillar un
iris de paz sobre el Oratorio, quiso un día don
Pablo Albera conocer el pensamiento de don Bosco
sobre la frecuente intervención de la Virgen en el
curso de su vida y de sus obras. El se quedó
reflexionando un instante, después de oír la
pregunta, y contestó:
-Todos estaban contra don Bosco; era muy
necesario que la Virgen le ayudase.
Concluiremos también nosotros nuestra
exposición, como lo hizo el cardenal Cagliero en
su extensa deposición del Procesículo 1:
<((**It16.102**)) cargó
sobre sus hombros, le hacía perder gran parte de
su preciosísimo tiempo en una humilde y obligada
defensa; pero nunca le arrancó una queja del
corazón, una palabra de impaciencia, de enojo o de
justo resentimiento. La llevó con fortaleza,
serenidad y humildad, sin perder nunca la paz
interior, sin que le hiciese desistir de su
continuo trabajo por la consolidación y expansión
de su obra, con aquella alegría de espíritu, con
aquella íntima e inalterable unión con Dios, que
es la característica de los Santos>>.
1 Procesículo, pág. 97.(**Es16.93**))
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