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de lo contrario, mas sin resultado, pues Monseñor,
diciéndole duramente: -íMárchese!, le volvió la
espalda y don Bosco, afligido, fue tomado de un
brazo por su secretario y llevado fuera de la
sala. Después de este relato, exclamó el Siervo de
Dios: ->>Cómo es posible hablar seriamente y con
éxito con un hombre, que cambia de parecer tan
fácilmente?
He aquí por qué se preocupaba don Bosco de tan
dolorosas vicisitudes; se preocupaba por los
graves asuntos concernientes a la Congregación,
((**It16.100**)) no a
su persona. Cierto día díjole al mismo Anfossi:
-Si no se tratase también de la Congregación,
yo preferiría irme a Roma o a otra ciudad, para
evitar estos choques; pero, parece ser voluntad de
Dios que la Congregación eche aquí sus raíces.
Se lamentaba por igual de que aquellas
molestias le impedían hacer todo el bien que
habría querido. Decía a un confidente suyo:
-El demonio ha previsto el gran bien que se
hubiera podido hacer, si monseñor Gastaldi hubiese
seguido protegiéndonos; pero el espíritu del mal
sembró la cizaña. El Arzobispo se informa de todo
lo nuestro y nos pone estorbos sin parar; pero
también esto pasará. Nosotros seguiremos adelante
en silencio y sin emprender nunca nada contra él.
Sólo lo siento por el tiempo que nos hace perder y
que podríamos dedicar al bien de las almas.
Otro punto en el que están de acuerdo los
testigos es en afirmar que, no obstante la
oposición calificada de sistemática por un
autorizadísimo Prelado romano 1, don Bosco no dejó
de amar, respetar y, en la medida de lo posible,
ayudar al Arzobispo. Declaró la condesita Mazé
ante el Tribunal: <>.
Y no sólo los testigos hablaron así, sino que
lo mismo escribieron otros que no comparecieron
ante el tribunal eclesiástico. Es precioso lo que
escribió el padre Félix Giordano, superior de los
Oblatos de María en Niza 2: <((**It16.101**))
diferencia surgida. Pues bien, puedo decir que
nunca como entonces me maravilló el ver tan
1 Carta de monseñor Vitelleschi, secretario de
Obispos y Regulares, a don Bosco, 5 de enero de
1875.
2 Carta a don Miguel Rúa, 25 de marzo de
1888.(**Es16.92**))
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