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a la maledicencia con los percances, que ocurrían
con bastante frecuencia. No decía palabra en torno
a ellos sin serios motivos; los procesos hablan
claro. La sobrina Mazé, declarando por sí misma y
por su madre, dijo:
<>-Hablo de esto con ustedes, porque sé con
quién hablo y porque sé que ustedes no pueden
servirse de ello, más que para buenos oficios>>.
En segundo lugar, se dominaba de tal modo que
no separaba nunca el disgusto de la resignación.
Y, en ocasiones, la paciencia le resultaba muy
clara. Una vez refirió a la sobrina Mazé la
negativa de una audiencia. La Condesita consignó
en su diario estas ((**It16.99**))
impresiones y las palabras que él profirió: <<íQué
resignado estaba! íY qué afligido!
Me sentí inmensamente conmovida al oír estas
palabras de sus labios:
-Tiene uno la voluntad de mantenerse fuerte, de
ser valiente ante la adversidad, pero, a fuerza de
acumular disgustos sobre disgustos, uno se cansa y
no aguanta más. No había visto en mi vida a don
Bosco con la faz demudada; pero, esta vez,
mientras hablaba, su rostro palidecía y después se
acaloraba>>.
Los testigos son unánimes, al afirmar que nunca
sorprendieron en su lenguaje el menor indicio de
resentimiento por tantas contrariedades. Don Juan
Anfossi, gran conocedor de los ambientes del clero
de la ciudad, sacaba de ellos noticias de cuanto
sucedía, con las que llegaba a conocer las penas
de don Bosco e iba muchas veces a consolarlo;
pero, por sus maneras siempre serenas, advertía
que no necesitaba condolencias de nadie; antes, al
contrario, sabía infundir en su consolador
sentimientos de paz y confianza en Dios.
Aprovechaba también la ocasión para comunicar
al mismo don Juan Anfossi, que tantos conocidos
tenía en los medios eclesiásticos, algunos
detalles para que, dado el caso, pusiese las cosas
en su punto.
Así una vez le contó que había sido llamado a
palacio, donde le parecía que, con una buena
entrevista, se allanarían todas las dificultades;
tanto es así que el Arzobispo le había invitado a
bendecir a los familiares que él había
introducido. Pero que, apenas se despidió de
ellos, como si se arrepintiera de lo hecho, volvió
a afirmar la culpabilidad de don Bosco. Este,
siempre tranquilo, se esforzaba por
convencerle(**Es16.91**))
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