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Teniendo, pues, en cuenta las causas aducidas
por los testigos y reduciéndolas para mayor
claridad a algunos puntos esenciales, encontramos
que algunas son hijas del carácter y de la
mentalidad del hombre y otras del ambiente
doméstico y curial.
En cuanto al temperamento que tenía por
naturaleza, en una necrología que apareció
inmediatamente después de su muerte y penetrada de
la mayor deferencia hacia la memoria del finado 1,
se hace mención de su <> y se
añade que, durante su misión en Inglaterra, <((**It16.94**)) con
procedimientos de dulzura hacer volver aquellos
pueblos al abandonado redil>>. Era cosa sabida por
todos que realmente se mostraba impulsivo e
impetuoso y que fácilmente se acaloraba y empleaba
palabras duras. Estos excesos eran el producto de
su gran nerviosismo y también de los ataques
hepáticos, a los que estaba sujeto. Arrastrado,
pues, por este natural, sucedía, como dicen los
testigos, que a veces se propasaba y luego temía
comprometer su dignidad, si reconocía públicamente
su fallo. Aquí, pues, hay que buscar en primer
término uno de los factores de lo que sucedió.
Otro factor hay que buscarlo en sus
disposiciones de espíritu. Debía su formación
intelectual a la Universidad de Turín en la que
estudió, cuando todavía soplaban en ella aires de
jansenismo y galicanismo; de ahí, su escasa
simpatía por la moral de san Alfonso y el
exagerado concepto de la jurisdicción episcopal.
Lo primero hacía que, para mantener la disciplina
eclesiástica, tuviera exigencias excesivas,
torcidas o poco serenas y acudiera a veces a
medios increíbles, aunque reales; lo segundo, le
hacía autoritario, entrometido, intolerante contra
cualquiera que, aun respetando su dignidad, no
pudiese mostrarse conforme con todas sus
opiniones. De ahí que, sin estar en absoluto
autorizado por Roma, quería entrometerse en la
vida interior de la Congregación Salesiana, ya
aprobada por la Santa Sede, pretendiendo que se
actuase en ella a su manera. Es más, la autonomía
de la Sociedad Salesiana le molestó desde el
principio de su episcopado en Turín. <>.
Bajo la acción continua de estos múltiples
factores no cabía esperanza humana de que los
choques, una vez comenzados, se pudiesen
fácilmente detener o amortiguar. Lo afirmó con
sólido conocimiento
1 La Stella Consolatrice, núm. 13-14.(**Es16.87**))
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