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-Como lo he logrado hasta ahora y espero seguir
lográndolo.
Nosotros nos limitamos a jóvenes educados e
instruidos en nuestras casas; jóvenes ya
seleccionados casi siempre por los párrocos que,
de ordinario, al verles brillar por su virtud
entre el rastrillo y la azada, los recomiendan a
nuestras casas. Dos terceras partes de éstos son
devueltos a sus familias. Los que quedan se
dedican, durante cuatro, cinco y hasta siete años,
al estudio y la piedad; y sólo algunos pocos de
éstos son admitidos a la prueba aun después de
este largo aprendizaje. Por ejemplo, este año
terminaron ciento veinte el curso de retórica en
nuestras casas; ciento diez de ellos vistieron la
sotana clerical, pero sólo veinte se quedaron en
la Congregación, los demás se enviaron a los
respectivos Ordinarios diocesanos. Los admitidos a
la prueba tienen que pasar dos años en Turín,
donde tienen diariamente lectura espiritual,
meditación, visita al Santísimo Sacramento, examen
de conciencia y una breve plática cada tarde que
yo mismo les doy y raras veces otro. Y esto, todos
en comunidad. Dos veces por semana, se da una
conferencia expresamente a los aspirantes, y, una
vez, a todos los de la Sociedad.
-Dios os bendiga, hijo mío, le dijo entonces el
Papa; practicad las cosas de la manera que me
decís, y ((**It16.86**)) vuestra
Congregación logrará su finalidad. Si encontráis
dificultades, notificádmelo y estudiaremos la
manera de superarlas.
Después de estas explicaciones vino el Decretum
laudis. Por consiguiente, según el pensamiento de
don Bosco, Pío IX era de su mismo parecer; si no
había noviciado, de nombre, lo había de hecho.
En cuanto a la segunda reconvención, escribía:
<>.
Hasta aquí todo había procedido, si no de la
forma cordial de otros tiempos, por lo menos
privadamente y a la espera de una entrevista, en
la que esperaba don Bosco que se encontraría
alguna manera de entenderse; pero algunos actos de
Monseñor convirtieron en conflicto(**Es16.80**))
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