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se rechazó la nota de las ordenaciones con
amenazas de escribir a Roma contra el espíritu que
reina entre nosotros. Puede darse que quien llevó
el recado no observara los debidos miramientos al
hablar, pero se trata de un individuo al que se
debía avisar y hasta corregir de acuerdo con su
comportamiento, pero paréceme que eso no puede
representar el espíritu de la Congregación.
Así las cosas, ruégole por cuanto sé y puedo,
nos escriba, diga o mande decir lo que V. E.
observa como reprochable entre nosotros, para que
sepamos cómo conducirnos y a qué atenernos. Varias
veces he llevado la conversación a este punto,
pero V. E. no llegó nunca a conclusiones
concretas. Ruégole al presente se digne observar:
1.°, que escribir a Roma sería dar pie a los
enemigos del bien para publicar a los cuatro
vientos las disensiones entre el pobre don Bosco y
su Arzobispo; sería algo ruinoso para nuestra
naciente Congregación, que marcha entre obstáculos
de toda suerte; y me pedirían cuenta y
explicaciones, con los consiguientes disgustos,
molestias y, acaso también, escándalos; tampoco
sería beneficioso para V. E., pues estoy
convencido de que su gloria anda ligada en muchas
cosas a nuestra Congregación; 2.°, que nosotros
hemos trabajado siempre en la diócesis y para la
diócesis de Turín, sin pedir nunca cargos ni
estipendio; que hemos tenido y seguimos teniendo a
su persona la mayor veneración; 3.°, que,
permítame la atrevida expresión, si V. E. sigue en
este plan con otros, llegará al extremo de ser
temido por muchos y amado por pocos...
La antigua confianza había guiado la pluma de
don Bosco. La inmediata respuesta de Monseñor
aumentó la dosis. Lamentaba él la falta de un
noviciado regular, a lo que atribuía el hecho de
que los miembros de la Congregación, salvo unos
pocos, careciesen de las virtudes religiosas
esenciales y, especialmente, de humildad; se
declaraba, además, enemigo de que se concediesen a
los religiosos demasiadas exenciones de la
autoridad episcopal. La carta no disminuía la
preocupación de don Bosco; pero quedó satisfecho
con ella, porque, de esta manera, había llegado a
conocer algunas razones, que le ((**It16.85**))
explicaban la nueva conducta de Monseñor con
respecto a él. Replicó el veintitrés de noviembre,
hablándole ante todo del noviciado y refiriéndole
el diálogo tenido con Pío IX, casi la víspera de
la aprobación general. El Papa le había
preguntado:
->>Será posible una Congregación en tiempos, en
lugares, entre personas que quieren su supresión?
>>Cómo tener una casa de estudios y de noviciado?
-Yo, contestó don Bosco, no tengo intención de
fundar una orden religiosa, donde se puedan
admitir penitentes o convertidos, que necesiten
ser formados en costumbres honestas y en la
piedad; mi intención es la de reunir jovencitos y
también adultos de moralidad segura, moralidad
probada durante varios años, antes de ser
admitidos en nuestra Congregación.
->>Y cómo lograrlo:(**Es16.79**))
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