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-íOh, querido Padre! Es preciso que baje un
momento.
-Tengo billete hasta Marsella y no puedo bajar.
-íSólo un momento! >>No recuerda a mi hijo, de
quien le escribí a Niza? Venga a bendecirlo.
En fin, lo llevaron hasta el enfermo. No sabía
qué hacer. Después de un instante de perplejidad,
se acercó a la camita y preguntó al muchacho:
->>Quién eres? >>Cómo te llamas?
-Je suis Jean. Benissez-moi, mon PŠre, contestó
con voz apagada el chiquito.
Don Bosco hizo la señal de la cruz, rezó con él
una oración y le dio la bendición. El tren estaba
ya a punto de arrancar.
-Donnez-moi quelque conseil, pidió el niño.
((**It16.73**)) Y don
Bosco, volviéndose a él, le contestó.
->>Qué haces ahí? >>No te da vergüenza que te
lleven de ese modo? íEa, levántate!
Profirió estas últimas palabras, mientras se
apresuraba a volver a su plaza, porque el tren
silbaba. Antes de sentarse, vio al chiquillo dar
ocho o diez pasos para ir a saludarlo, y ya no vio
más. Volvía a verle entonces en aquella sacristía
de Lyon.
El muchacho había estado y parecía que seguía
estando con buena salud. El 10 de diciembre de
1885 recibió don Bosco una carta, en la que, entre
otras cosas, se encomendaba a sus oraciones un
muchacho de Cannes, llamado Jean Courtois. En esta
ocasión recordó el Santo el episodio y se lo contó
a don Juan Bautista Lemoyne, que nos ha guardado
su recuerdo.
Algunos detalles, especialmente sobre
disposiciones del espíritu que la presencia de don
Bosco despertaba en Lyon a quienes se acercaban a
él, los sacamos de cartas que le escribieron en
aquellos días o después de su salida y que se
salvaron del naufragio de muchísimas otras de este
género. He aquí cuanto podemos recoger de las
mismas.
El conde de Montravel porfiaba con el
secretario para lograr ser admitido a ver a don
Bosco, con la seguridad de que, por fas o por
nefas, lograría arrancarle una bendición, que
curara a una nietecita. La señora Grozier, que el
día diez de abril había tenido a don Bosco
comiendo en su casa, estaba encantada con él
cuatro días después, pero le angustiaba el temor
de no poder volver a verlo antes de su salida de
Lyon; por eso, le presentaba siete intenciones,
por las que quería que rezase, y volvía a revivir,
al exponérselas, una multitud de recuerdos de
cositas pasadas entre él y las personas
mencionadas.
El día catorce, fue don Bosco a celebrar en la
capilla de unas(**Es16.70**))
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