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las once. Para dar tiempo de reunirse a la
comunidad, la Superiora le acompañó a visitar en
la enfermería a la madre De Fraix, gravemente
enferma. Se esperaba de él un milagro; pero él la
bendijo y la animó, diciéndole que aquella
bendición la acompañaría hasta la muerte. Y, al
salir, dijo a la Superiora que la enferma estaba
bien preparada para ir al paraíso. Bajó después a
la sala, donde le aguardaban todas las hermanas, y
les hizo una breve exhortación para que observaran
fielmente las reglas y formaran así santas para el
Cielo; por último, las bendijo. Fue también a
bendecir a un grupo de señoras que hacían
ejercicios espirituales; una de ellas, que padecía
sordera, se encomendó a él para que le obtuviera
la gracia de la curación. Contestóle que confiase
en la bienaventurada Virgen María y se lo pidiese
cada día con fervor hasta el quince de agosto.
Vivía en la casa la cofundadora de la
Congregación, Madre Teresa Couderc, cuya causa de
beatificación ha sido introducida en Roma. También
ésta estaba enferma y don Bosco le dio su
bendición 1. Sus hijas esperaban algún efecto
admirable de la misma; pero la santa religiosa,
hablando de aquella visita, decía:
-Después de la visita me sentí más cansada que
antes. Yo no había pedido la curación, sino que
rogué al Señor me concediera todas las gracias
anejas a la bendición de aquel santo varón. íAh,
sí, es un verdadero santo!, repetía con profunda
convicción.
La Superiora observaba, al escribir sobre esta
visita: <>.
Se anunció su misa para el martes, en la
iglesia de San Francisco de Sales. Hubo el
acostumbrado gentío. Después, ((**It16.65**)) para
que la muchedumbre no lo oprimiese, hubo que
atrancar las puertas de la sacristía.
Para el día once, aceptó la afectuosa y
apremiante invitación de ir a comer en la casa de
campo del seminario, en la que se habían juntado
casi doscientos estudiantes con sus superiores y
otras personas de consideración. El Rector, los
profesores y los seminaristas derrocharon muestras
de efecto. Comieron todos juntos en una amplia
sala. Hacia el final, rogáronle insistentemente
que les hablara y él dirigió a los alumnos unas
palabras de consejo y aliento, que le escucharon
con religiosa atención y agradecieron con
entusiastas aplausos.
1 Mientras corregimos las pruebas de imprenta
del presente volumen (12 de mayo de 1935), se
publicaba en Roma el decreto sobre la heroicidad
de sus virtudes.(**Es16.63**))
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