((**Es16.59**)
ilustres oradores franceses, Fenelón, Bossuet,
Dupanloup. Después contó la historia de los
Oratorios salesianos, disculpándose, con singular
delicadeza, por tener que hablar de su propia
persona, no por orgullo, dijo, sino por contar
sencillamente lo que se ha hecho. Es difícil
describir con qué gusto se escuchaba aquella
palabra, a un tiempo tan ingenua, tan apostólica y
de tan admirable lucidez; el acento italiano y a
veces las frases extranjeras estaban muy lejos de
estropear aquel discurso>>.
Volvió a decir la misa, al día siguiente, en la
misma iglesia y fue también a oírla la hija de los
señores Almaric. Había ido a visitarla el día
anterior y la había encontrado en pésimas
condiciones. Enferma de tuberculosis pulmonar,
llevaba tres meses en cama; los médicos le daban,
cuando más, quince días de vida. Don Bosco,
después de animarla, ordenó a la familia que
hiciese la acostumbrada novena, prometiendo rezar
él también y diciendo que la enferma curaría, si
aquella era la voluntad de Dios. Los padres
hubieran querido que la misma enferma pidiese la
curación expresamente a don Bosco; pero la buena
hija, jovencita de dieciséis años, sólo se atrevió
a pedirle que pudiera asistir a su misa a la
mañana siguiente. Don Bosco le aseguró que iría.
Todos los de la casa se prepararon para la
ceremonia. Volvieron a ver por la tarde al Siervo
de Dios, el cual confirmó lo que había dicho,
añadiendo que la enferma podría también recibir la
comunión; sin embargo, aconsejó que, por
prudencia, le sirvieran un refrigerio a eso de las
tres o las cuatro; que él tenía facultad para
autorizarlo. Pero hacia las siete, ((**It16.60**)) que era
la hora de ir, la pobrecita no se sentía con
fuerzas para levantarse. Se encaminaron los demás.
Al llegar a la iglesia, se lo comunicaron a don
Bosco, que, al instante contestó: -Sí, sí; ella
vendrá.
íCosa sorprendente! Mientras el santo decía
estas palabras, la enferma dijo de improviso a la
hermana, su asidua enfermera:
-Creo que puedo ir a misa.
En efecto, se levantó, la vistieron a toda
prisa, bajó la escalera y partió con la hermana en
coche. Cuando ellas entraron en la iglesia, se
produjo un movimiento de estupor. Acababa de
empezar la misa. La enferma siguió el santo
sacrificio sin fatiga, comulgó, y volvió a casa;
estuvo levantada varias horas, tanto que la
llevaron en coche a dar un paseo. No curó; pero la
mejoría duró tanto como para permitir llevarle al
campo. Allí, el día veinticuatro de mayo, oyó
nuevamente la misa con todos los suyos y comulgó
sin dificultad en la parroquia, distante tres
kilómetros de la finca. Se acercó también a la
sagrada(**Es16.59**))
<Anterior: 16. 58><Siguiente: 16. 60>