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Entre las casas fuera de Marsella me queda por
hablar de Saint-Cyr. Los peligros y seducciones, a
que están expuestos los jóvenes del campo, diría
que casi son mayores para las pobres huerfanitas.
Ordinariamente tienen que ir a las ciudades para
ganarse la vida y allí adaptarse a toda clase de
oficios, a todo género de servicios. La falta de
educación y de religión por una parte y, por otra,
el escándalo, la corrupción y la malicia causan
verdaderos estragos. >>Quién puede contar todas
las víctimas? >>Quién puede decir cuántas de estas
criaturas vuelven a sus casas como habían salido?
Ya véis que urge oponerse a tantos peligros de
perversión. Era, pues, necesario pensar en las
huerfanitas del campo, y se ha puesto remedio a
ello. Para este fin se abrió la casa de Saint-Cyr.
Hay en ella unas cuarenta chicas, que son
mantenidas, educadas e instruidas; trabajan en el
campo, reciben cultura intelectual, religiosa y
moral; aprenden lo correspondiente a su sexo y
condición, y preparan así su porvenir.
Pero esta casa, lo digo con pena, está
demasiado separada de los centros de población,
por lo que es poco conocida y no goza de la
caridad que sostiene y hace florecer las de Niza,
La Navarre y Marsella. Habría que duplicar, y aun
triplicar, el número de las atendidas, pero al
presente faltan los medios. Esperamos, sin
embargo, poder comenzar pronto, allí también, un
edificio nuevo. Hemos declarado la guerra al
infierno y no vamos a dejarnos vencer en actividad
por los hijos de las tinieblas.
Sobre nuestro oratorio de Marsella no hacen
falta muchas palabras; vosotros veis lo que se ha
hecho. Se terminó esta capilla, se compró el
terreno para un tercer edificio y nos vemos
obligados a levantar una nueva ala para escapar a
la mirada constante de los que nos rodean. La
construcción será habitable cuanto antes y así el
número de alumnos pasará de los trescientos de hoy
a más de cuatrocientos. Se comprende que para todo
esto se necesita dinero y, a falta de ello se
contrajeron deudas. >>Sabéis a cuánto ascienden?
íA cien mil francos! íEse ha sido el primer saludo
que me dieron los superiores de la casa! íMe
presentan una nota a saldar, que comprende con una
serie de otras deudas menores, casi doscientos mil
francos! Se trata ahora de concretar, es decir,
pagar a los acreedores, que no se conforman con
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palabras; hay que buscar los medios. Alguno
propondrá la oración, pero la oración no basta;
hay que juntar las obras con la oración. Y no son
solamente los acreedores, quienes no se conforman
con las oraciones, sino también los muchachos.
Porque ellos comen pan, mucho pan, y por más que
se haga y se diga para que abandonen esta
costumbre, no se dan por enterados ni un solo día.
No pretenden golosinas; quieren pan y sopa a
discreción; esto es lo que piden y lo que nosotros
debemos suministrarles.
Preguntará alguno:
-Entonces, >>qué hay que hacer para extinguir
una deuda tan grande?
-En Turín se terminó hace poco una magnífica
iglesia, que, costó poco menos de un millón. Pues
bien, >>sabéis cuánto dinero tenía en el bolsillo
al comenzar las obras? Cuarenta céntimos. Aquella
semana todo eran apuros para pagar a los obreros,
cuando he aquí que llamaron al superior a la
cabecera de una señora enferma, la cual, sin
esperanza de alivio alguno con los remedios
humanos, ponía toda su confianza en Dios y en la
intercesión de María Auxiliadora.
-Cierto, le contestó el sacerdote, María la
ayudará, pero es necesario que usted haga también
lo que pueda de su parte. Ante todo, rece y rece
de corazón, durante una novena, tres
padrenuestros, avemarías y glorias cada día, más
una Salve.
-Lo haré con mucho gusto y con la mayor
devoción.
-Pero no basta, añadió el Superior. Tiene que
hacer alguna obra en honor de la Virgen y debe
ayudarme en la obra que he empezado (y le dijo
cuál). No sé realmente(**Es16.51**))
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