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Luis que, a pesar de encontrarse a diario ante una
opulenta mesa de príncipe, sin embargo, haya
mortificado sus gustos con tanto ardor; bastaba
que le presentasen un plato de su gusto para que
lo dejase; bastaba que un manjar le fuese poco
agradable, para que lo comiera. Organizó para sí
un ayuno, que al menos ((**It16.608**)) se
prolongaba a tres días por semana; los viernes a
pan y agua; en estos mismos ayunos disminuyó la
cantidad de alimento hasta tal punto que su
alimento (pesado expresamente en la balanza), no
pasaba de una onza al día, de suerte que los que
le servían la comida se pasmaban de cómo podía
sostenerse con tan escaso alimento y lo
consideraban un gran milagro con el que Dios
quería mostrar cuánto puede hacer un hombre, y
nosotros también, con la fuerza de su ayuda
celestial.
Estas austeridades de vida causaban, es verdad,
en Luis gran debilidad con peligrosa falta de
fuerzas, pero no lograron moderar sus
mortificaciones. Aunque ra de complexión endeble y
delicada, se azotaba al principio tres veces por
semana, luego, cada día y, por último, tres veces
cada día; y no hacía estas flagelaciones
blandamente, sino hasta saltar la sangre inocente
y manchar con ella el suelo. Y aquí me viene
oportunamente exponeros un hecho que no se
menciona en los libros que narran su vida. Cuando
vino a Turín y después a Chieri, para ver a sus
parientes, le hicieron un magnífico recibimiento
con grandes fiestas y, entre otras cosas, se
organizó un gran baile.
-Luis, será a tu gusto.
Después de ruegos, exhortaciones y mandatos se
vio obligado a ir; pero a condición de que él no
tomaría parte. Allí estaba Luis con los ojos bajos
y la mente y el corazón puestos en Dios, en Jesús
Crucificado; cuando he aquí que una persona, que
no conocía la condición que había puesto Luis, se
acercó a él y le tomó la mano para obligarle a
entrar en la danza; tembló Luis ante aquella
invitación y lanzando una severa mirada, descargó
un puñetazo sobre la mano que le apretaba y huyó;
buscáronle largo rato los criados y, finalmente,
lo encontraron en un escondrijo. Pero, >>en qué
actitud? íAdmirable espectáculo! Allí estaba de
rodillas en el suelo y, con ciertos instrumentos
arreglados al efecto, se golpeaba sin compasión,
de suerte que la sangre manchaba sus vestidos,
salpicaba las paredes de alrededor y corría hasta
mojar el pavimento. Yo he visto con mis propios
ojos aquella pared, aquel pavimento teñido con su
sangre preciosa y, al verlo, no puede contener las
lágrimas que me arrancaba la emoción.
En su lujoso palacio no podía tener disciplinas
oportunas; pero él se las preparó. Combinó unas
correas, con las que se llevan atados los perros a
las cacerías, que llegaron casualmente a sus
manos; y, con ellas, se daba la despiadada
disciplina, azotándose hasta desgarrarse las
carnes y hacer caer al suelo gran cantidad de
sangre. No tenía cilicios para ponérselos sobre la
piel desnuda, pero tomaba punzantes espuelas y se
las aplicaba a la desnuda carne produciéndose así
agudísimas heridas. Los criados encontraron un día
las camisas de Luis empapadas en sangre y se las
enseñaron a la marquesa su madre, que quedó
traspasada por los más sensibles dolores. Súpolo
también el padre y, conmovido, exclamó:
-Pobre de mí, este hijo mío quiere darse la
muerte a sí mismo.
De acuerdo con su noble condición, poníanle
almohadones y cojines donde tenía que
arrodillarse. Pero él decía en su corazón:
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->>Cómo? >>Mi Jesús traspasado con clavos y yo
sobre blandos reclinatorios? Fuera esto y sírvame
de apoyo el pavimento.
Blandas eran también las camas donde tenía que
acostarse, y esto afligía sumamente a Luis; él
quería dormir sobre el desnudo suelo, y le riñeron
por ello.
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