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anhela, sólo va adonde quiere, adonde lo guía la
voluptuosa sensualidad. Ahí tenéis al hombre
deshonrado y envilecido, vedlo ahí degradado,
vuelto y hecho semejante a animales brutos e
insensatos: homo..., etc. íOh, Dios, qué espantoso
estado, qué terrible decaimiento! íQué gran mal es
la deshonestidad!
Y si queréis castigos más sensibles, que no
sólo oprimen el espíritu, sino también el cuerpo;
íay, qué frecuentes son por desgracia! No os
traigo las pruebas que nos proporcionan
abundantemente la historia sagrada y la
eclesiástica. Pero dignaos pasar por las calles,
visitar las plazas; y veréis personas en la flor
de la edad, que podrían ser el honor de sus
familias, el decoro de la patria, la gloria de la
sociedad; por haberse entregado a este vicio se
los ve perder el tiempo en ociosas diversiones,
sin fuerzas, descoloridos y demacrados; no ofrecen
en su semblante más que una barba que los deforma
todavía más, cabellos extrañamente encrespados, de
suerte que sólo se descubre en ellos unos hombres
agotados, corroídos y maltrechos por el vicio,
convertidos en oprobio y hez de la sociedad.
Pasaré por alto a tantas familias que, por este
vicio, sufren amargas disensiones y discordias, se
encuentran en las mayores y más calamitosas
estrecheces, caídas de próspera situación; >>y,
por qué? por el torpe derroche del dinero; paso
por alto las sequías, inundaciones, granizadas y
quiebras de empresas; estas calamidades demuestran
claramente, como afirma el Apóstol, la indignación
de la ira divina para castigo de los pecados de
que hablamos (Col, 3).
Pero... >>qué diré a los desgraciados, que
capiuntur in tempore malo, son heridos por los
rayos de la venganza de Dios en el acto mismo en
que consuman sus pecados nefandos y, dejando de
vivir allí mismo su infame vida, van a dar
comienzo a su eternidad infeliz? >>Y qué deberé
decir de tantos y de tantas jóvenes, como se ven
en hospitales y en asilos? íDios mío, cuántos!
Tendidos en un lecho, cubiertos de hediondas
úlceras o consumidos por afecciones pulmonares o
por tuberculosis, faltos de fuerzas y tan
oprimidos por la enfermedad, que mueven a
compasión, a las lágrimas; y, si les preguntamos
por la fuente de sus males, se ven obligados a
confesar para su confusión, que morbi sunt
flagella peccatorum; sus desórdenes y su vida
licenciosa son la causa de sus desventuras.
Hombres, permitidme este desahogo de celo,
hombres cobardes y viles, conoced por fin vuestra
dignidad y lo que os hace infelices; dejad también
de buscar médicos y medicinas para vuestros males;
pero dejad el pecado que es la causa de éstos; y,
mientras tanto, dejad de decir, os lo ruego, dejad
de decir que las conversaciones licenciosas, el
vestir inmodesto, el hablar descocado, el trato
escandaloso, la compañía de los malos, las
tabernas y bailes, son un mal pequeño; decid más
bien que son un gran mal, un enorme pecado, pecado
que Dios castigó siempre con los más severos
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azotes, pecado que deshonra y envilece al hombre y
lo iguala con los brutos, haciéndolo plenamente
desventurado e infeliz. Un mal, pues, del que se
debe huir como de un enemigo, que trae toda clase
de calamidades y desdichas.
SEGUNDA PARTE
Me diréis: esta mañana ha cargado demasiado las
tintas, llamando totalmente infelices a los que se
dan buena vida, siendo así que, por el contrario,
se los ve a todas horas disfrutar a su talante, y
siempre ríen, están siempre alegres y nunca son
víctimas de desgracia alguna. Eso decís vosotros,
pero yo os ruego que prestéis mucha atención a mi
respuesta, pues aquí precisamente está el
desengaño.
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