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Me duele que, para alcanzar este favor, no
pueda yo ostentar méritos; por ello, pongo toda mi
confianza en la bondad de corazón del Padre Santo
y en la eficacia de la intercesión de V. E. ante
El. Basta que Su Santidad vuelva un instante su
alta y benévola atención a mi situación, a los
cuatro años de dolorosa suspensión, a la sentencia
de la Sagrada Congregación, que no encontró en mi
conducta culpa alguna que mereciese tal y tan
larga pena, y a la prontitud de espíritu, con que
don Bosco y el humilde exponente se sometieron a
ejecutar la concordia, y estoy seguro de que no
querrá rechazar la súplica de este pobre sacerdote
que, en los diecinueve años de su sagrado
ministerio, en la dirección de Seminarios menores,
en la frecuente predicación y en las varias
obritas escritas y divulgadas, no tuvo más mira
que la gloria de Dios, la salvación de las almas,
la defensa de la Iglesia y el honor de su cabeza
visible.
V. E. podría tal vez replicarme: -Esperemos al
nuevo Arzobispo.
Permítame que, con toda humildad, añada todavía
dos breves observaciones.
Cualquiera que sea el nuevo Arzobispo que nos dé
el Sapientísimo Pontífice, estará más o menos
informado de la desagradable cuestión que tuvimos
con su antecesor y, por tanto, antes de poder
tomar una medida con conocimiento de causa, se
vería obligado a informarse de la larga y dolorosa
historia; mientras tanto, pasaría quién sabe
cuánto tiempo; que, por el contrario, Su Santidad
y Vuestra Eminencia, como perfectos conocedores
que son de las cosas, pueden arreglarlas con pocas
palabras, ahorro de tiempo y ulteriores molestias.
Además, el nuevo Arzobispo podría contestar
siempre: -No creo conveniente deshacer lo que fue
determinado por una Autoridad Superior; y, por
esto, sería muy probable que dejara las cosas tal
como las encontró, y, de este modo, lo que fue
juzgado siempre como un apaciguamiento y un hecho
pasajero, se convertiría en una disposición
permanente y un hecho realizado en perjuicio de un
pobre sacerdote, que nunca fue tenido por
merecedor de semejante pena.
Pero ya he dicho demasiado sobre esto, y no se
necesita más para mover el ánimo de V. E. a
interesarse por este asunto, que no carece de
consecuencias para la gloria de Dios y bien de las
almas.
Acabo de aludir al nuevo Arzobispo, y, antes de
cerrar la presente, quiero notificar a V. E. que
nosotros lo esperamos. Estamos con viva
expectación y pedimos con todas las veras al buen
Dios que nos lo dé verdaderamente iuxta cor suum.
Tal será, si en la administración ((**It16.580**)) de
esta Archidiócesis, en la disciplina de los
estudios, en la dirección del Clero, no pierde de
vista al Vaticano y tiene a honra seguir las
huellas gloriosas del Padre Santo.
Desgraciadamente, durante muchos años nos hemos
acostumbrado a oír por estas tierras de labios
autorizados que basta escuchar al Papa cuando
habla como Doctor Universal; nos hemos
acostumbrado a oír críticas descomedidas contra
las congregaciones romanas; nos hemos acostumbrado
a oír en las aulas del Seminario, en
conversaciones privadas y hasta en las reuniones
de sacerdotes veteranos y jóvenes discursos y
proposiciones con sabor a jansenismo,
febronianismo y liberalismo. De ello, se derivaron
muchos males.
Pero con la gran unión del Episcopado a la
Santa Sede, con el espléndido ejemplo de
subordinación que, en general, dan los sacerdotes
de todas las diócesis de Italia y del mundo
entero; con los muchos medios que hoy se tienen
para conocer la voluntad y hasta los deseos del
Supremo Jerarca de la Iglesia, todo mal cesará muy
pronto también entre nosotros, si nuestro futuro
Pastor no es áulico, sino papal con toda la fuerza
y sentido de la palabra, y no da nunca muestras,
ni en público ni en privado, de temer que la
Cátedra de San Pedro haga sombra a la de San
Máximo, como desgraciadamente ocurrió entre
nosotros.
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