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Don Juan Bonetti al Cardenal
Alimonda
Eminencia Reverentísima:
El nombramiento de V. E. Rvma. como Arzobispo
de Turín, que despertó en toda clase de ciudadanos
la más viva alegría e hizo que los Salesianos
abriesen el corazón a las más risueñas esperanzas,
trajo, al mismo tiempo, a este humilde servidor un
consuelo del todo singular.
Contemporáneamente con la elección de V. E.
para esta ilustre sede de San Máximo, nuestro
Padre Santo León XIII se dignaba, con su soberana
bondad, abrogar una disposición del año pasado
que, por muy sabia y oportuna que fuera, no
dejaba, sin embargo, de ser por mi debilidad un
tanto dolorosa, por cuanto me ponía en esta
archidiócesis y frente a mis hermanos en una
condición anormal, por motivos que supongo no son
desconocidos a Vuestra Eminencia Reverendísima.
Tengo motivo para creer que V. E. no fue ajeno
a la soberana disposición que me libró de todo
agravio y me devolvió la plena libertad para
ejercer el sagrado ministerio en esta
Archidiócesis, y que el Augusto Pontífice ha
llegado de buen grado a la concesión del
mencionado favor a sabiendas de que el nuevo
Arzobispo se adheriría a ella con toda la efusión
del corazón.
Así las cosas, tengo motivo para celebrar
vuestro nombramiento más que ningún otro salesiano
y sacerdote de la diócesis de Turín. Por eso,
después de estimular, como redactor del Bolletino
Salesiano, a los cooperadores y cooperadoras a
agradecer con don Bosco y con sus hijos al Señor
por tamaño don hecho a Turín por medio de su
sapiente Vicario, aprovecho con gusto la propicia
ocasión de la fiesta de San Cayetano, vuestro día
onomástico, para expresar de manera particular a
V. E. los sentimientos de mi espíritu,
sentimientos de felicitación, de aprecio y
veneración. ((**It16.576**)) Sí,
Eminencia, con todo mi corazón os felicito por la
nueva y sublime dignidad con que os ha revestido
el Supremo Jerarca de la Iglesia, preconizándoos
para una de las más gloriosas sedes de Italia; os
felicito por haber sido creado pastor de una tan
importante porción de la grey de Cristo y puesto
como cabeza de una Archidiócesis sobre manera
querida por Jesús Sacramentado y por la Augusta
Reina del cielo, María Santísima. Al mismo tiempo,
os aseguro que mi veneración por vuestra persona
está y estará a la par del aprecio que
merecidamente os proporcionan vuestra sin igual
doctrina y el esplendor de vuestras virtudes.
En prueba de la sinceridad de estos
sentimientos, me pongo desde ahora en vuestras
manos. Mi voz y mi pluma poco valen, es verdad;
pero yo, con lo que ellas pueden valer y al
impulso de mi venerado don Bosco, las emplearé
siempre para haceros más fácil el ejercicio del
ministerio pastoral. En unión con mis amados
hermanos, no dejaré nada por intentar para
cooperar con Vos a la gloria de Dios y a la
salvación de las almas, para fomentar la piedad
cristiana entre este pueblo que suspira por Vos,
para alejar al menos los escándalos y las ofensas
de Dios, que en Nápoles ocasionaron en otro tiempo
la muerte del glorioso Santo, cuyo nombre
heredasteis en la pila bautismal.
Por ser la primera vez que tengo el honor de
presentarme a vos, Eminentísimo Príncipe, hubiera
querido venir, como suelen presentarse los
pequeños ante los mayores, con algún regalo en la
mano, pero nada tengo digno de vos. Con todo,
sabedor de vuestra bondad, vengo confiado y os
ruego os dignéis aceptar un ejemplar de algunas
obritas salidas de mi pobre pluma. Si, por
ventura, se dignaran vuestros ojos
(**Es16.473**))
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