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otro a las seis. Monseñor quiso verlos todavía
antes de su salida y abrazó tiernamente a don
Bosco ((**It16.574**))
agradeciéndole su venida. Al subir al coche, me
preguntó don Bosco cuándo iría yo a verle en
Turín, porque quería tenerme en su casa; le
contesté que, tal vez, iría a buscarle cuando él
volviese para la acción de gracias.
Durante el día de ayer partieron varios de
nuestros huéspedes, como el general de Charette,
el marqués de Foresta, el señor José du Bourg, el
doctor Vulpián, pero éste tiene que volver hoy
otra vez de Viena. Ayer celebraron consulta a las
nueve los doctores Vulpián, Drosch y Mayer, y
parecía estaban de acuerdo en reconocer que no
había cáncer ni absceso en el estómago, sino una
inflamación violenta, un catarro agudo, con un
punto particularmente doloroso. Pero que, gracias
a la naturaleza de Monseñor, se puede esperar que
al cabo de cierto tiempo cure y que, si no ocurre
nada, pueda estar levantado dentro de unas
semanas. La perspectiva de sufrimiento durante
varias semanas, quizá meses, espanta a Monseñor,
el cual, teme no tener la paciencia necesaria:
preferiría morir más pronto. Siente que necesita
muchas gracias para ello y, por consiguiente,
muchas oraciones. Así pues, tenga a bien, Monseñor
seguir rezando por él, V. S. y los señores de la
Nunciatura, y recomendarlo humildemente a las
oraciones de Su Santidad y de Su Eminencia el
cardenal Jacobini.
Esta noche ha sido pasable; Monseñor ha dormido
un poco, pero tiene agudos dolores en los
intestinos. Se espera dentro de poco al doctor
Vulpián, que ha consentido retrasar un día su
partida, y al doctor Mayer.
También están a punto de llegar los sobrinos de
Monseñor; hacía mucho tiempo que lo habían pedido,
pero Monseñor no lo había permitido. Había una
excepción hecha en favor de los príncipes de
Orleáns por el motivo que dije a monseñor Amoni.
Era una prueba que Monseñor quería dar al mundo de
que él les había perdonado de corazón la ofensa de
la familia, de ellos a la suya. Y, por esto, la
recepción ha sido lo más cordial y afectuosa
posible, ya que Monseñor no quiere perdonar a
medias; pero no había ninguna segunda intención
política en este acto religioso; al contrario, la
política la habría impedido, si Monseñor hubiese
pensado que el partido Orleanista iba a aprovechar
esta entrevista para favorecer la sucesión al
trono del conde de París. Los príncipes de Orleáns
se han portado personalmente muy bien, en esta
ocasión, pero sus periódicos y sus partidarios son
siempre los revolucionarios de 1830, lo cual no
puede aprobarlo Monseñor.
Me parece, Monseñor, que resulta una carta
demasiado larga. Perdóneme si le he entretenido
demasiado tiempo, pero sé que todo lo que
concierne a Monseñor le interesa; y, por eso, me
he dejado llevar por el ímpetu, al correr de mi
pluma y de mis ideas.
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Dígnese aceptar, Monseñor, junto con mi acción de
gracias por la buena y afectuosa carta con que
vuestra Excelencia me honró la semana pasada, y
con el envío repetido de monseñor Amoni (a quien
saludo muy cordialmente), el homenaje de mi
profundo respeto y de mi religioso afecto en
Nuestro Señor.
De V.E.,
Frohsdorf, martes tarde, 17 de julio de 1883
Muy humilde
y obediente servidor,
A. CURE
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