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((**Es16.47**) Salió de Cannes, se detuvo en Fréjus para saludar al Obispo. El Prelado le pidió unas medallas de María Auxiliadora, para enviarlas a una noble señorita de París, ahijada suya, que se encontraba gravemente enferma y a punto de morir. La enferma recibió una de aquellas medallas, se la puso al cuello, comenzó una novena y, a la mitad de la misma, quedó curada. Cuando don Bosco llegó a París, repartía un día medallas a la gente, apiñada a su alrededor; se le acercó también la ahijada de Monseñor y le pidió una. El, que nunca la había visto, la miró y le dijo: -A usted, no; porque ya la recibió del Obispo de Fréjus, su padrino 1. El Obispo habíale concedido que pudiera hablar al pueblo en la catedral, cuando quisiera. Después del discurso, un señor de la ciudad, llamado Fabre, padre del actual alcalde (1934), se presentó en la sacristía para recomendar a sus oraciones a su propia mujer, muy enferma y a punto de perder la vista. El Santo bendijo un objeto de devoción perteneciente ((**It16.45**)) a la enferma y después añadió: -Dígale que no morirá ciega. En efecto, falleció a edad muy avanzada, conservando siempre la vista. Padeció fuertes dolores de ojos; especialistas de la facultad de Montpellier le aconsejaron una intervención quirúrgica; pero ella no quiso avenirse a ello, repitiendo siempre: -Don Bosco me aseguró que no moriría ciega. Hubo en aquella ocasión varias señoras que se hicieron celadoras de las obras salesianas; una de ellas, soltera, fue tan activa durante muchos años, haciendo suscripciones y recogiendo prendas de vestir para los huerfanitos de don Bosco que un simplón de la ciudad, cuando la encontraba por la calle, solía saludarla diciendo: -Buenos días, señora don Bosco. El día seis por la tarde, llegaba a La Navarre 2. Entró en la nueva casa en medio de los gritos de júbilo de aquellos jovencitos. Las obras, comenzadas hacía menos de un año, se habían realizado con tanta velocidad que no le faltaba al edificio más que la bendición de don Bosco. En el momento mismo de su entrada, se celebró en su honor un cordial y breve acto académico. Terminado éste, dijo él: -Cuando un padre vuelve a ver a sus hijos, tras una larga ausencia, cada uno de ellos le dice: buenos días, padre; buenos días, papá. Y 1 Don José Ronchail dio testimonio del hecho a Lemoyne. 2 Extraemos las noticias de la visita a La Navarre de una breve crónica italiana de aquella casa. En el volumen II de la Vida se cita esta visita, refiriéndola a una carta del inspector don Pablo Albera de este año, mientras que es del 1882. véase vol. XV, pág. 435.(**Es16.47**))
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