((**Es16.447**)pero, se
posa allí y el rector se queja de que turba su
quietud; hay que marchar otra vez.
>>A dónde ir? Bah, queda el aire libre. El
Señor, piensa don Bosco, no va a tratar peor a
estos sus hijos pequeños que a los pájaros.
Alquila un prado, se instala en él y vive como
en el Evangelio, cuando Nuestro Señor recorría las
aldeas de Judea seguido de sus discípulos y del
gentío del pueblo, sin más abrigo que la bóveda
estrellada.
Todo se hace al aire libre. Para confesar se
sienta don Bosco en un ribazo y pasa uno de sus
brazos alrededor del cuello del joven penitente
arrodillado. A falta de campanas se congrega el
pequeño batallón al toque de un tambor y una
trompeta, salidos de no se sabe dónde; y van todos
a oír misa en la iglesia próxima, comen como
pueden y vuelven a su prado de Valdocco.
Resulta una vida todavía demasiado dulce. Los
propietarios dicen que los juegos de los muchachos
destruyen hasta las raíces de la hierba y le
comunican su despido. Se apacentaría allí un
rebaño de ovejas, pero no se tolera al pobre
rebaño de don Bosco.
Al mismo tiempo, pierde su cargo de director.
Todo se conjura contra él. No intente lo
imposible, le dicen sus amigos. La divina
Providencia le indica claramente que ella no
quiere ya su obra.
<((**It16.544**))
Tendremos talleres de toda clase, para que
aprendan el oficio que les guste; tendremos patios
de recreo y jardines; en fin, tendremos una
hermosa capilla y muchos sacerdotes>>.
-Decididamente está loco, dicen los mejores.
íCompromete al clero! Es una obra indigna de la
Iglesia. Hay que encerrarlo, someterlo a
tratamiento y curarlo.Se previene al director del
manicomio, recomendándole actuar con dulzura con
el pobre enfermo.
Dos eclesiásticos contratan un coche cerrado y
van a buscar a don Bosco.
Lo importante es comprobar la locura:
-Don Bosco, a pesar de todo; >>quiere usted
construir un oratorio? >>Cree usted que eso es
posible?
-Seguramente, señores.
-Bueno, pues; vamos a dar un paseíto y
hablaremos de ello en el camino. El coche está a
la puerta. Suba, suba.
-De ningún modo; sé muy bien el respeto que les
debo. Después de ustedes, señores.
Impacientados ante tantos modales de buena
educación, los dos eclesiásticos suben los
primeros. Pero, en lugar de seguirles, he aquí que
don Bosco, rápido como el rayo, cierra la
portezuela y grita:
-íEn marcha! íAl manicomio!
El cochero, cumpliendo la consigna recibida de
arrancar a la primera señal, pone en marcha a sus
caballos con un latigazo y, en una tirada, llega
al patio del manicomio. Se cierra el portón y
aparece el director seguido de varios loqueros.
-No puede ser, gritan los dos eclesiásticos.
-Vamos, vamos; cálmense, exclama el director.
No me habían anunciado más que un pensionista,
pero tengo plaza para dos. Aquí estarán ustedes
muy bien.
(**Es16.447**))
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