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su voz hasta nosotros; subí sobre mi silla, pude
ver cómo elevaba frecuentemente las dos manos al
cielo. Los sacerdotes de San Sulpicio y otros de
diversas parroquias estaban a su alrededor en el
coro. Después de esta alocución, siempre sostenido
por los señores Lemesle y Viel, don Bosco volvió a
subir al altar para continuar el santo sacrificio.
Al llegar a la elevación, la inmensa multitud
hizo un silencio extraordinario; no se oía ruido
alguno; realmente se hubiera creído que estaba uno
solo en la amplia iglesia, a pesar de que estaba
llena como en las más grandes fiestas. No quedaba
una silla en las capillas laterales, todos los
pasillos estaban obstruidos; en la nave no había
una silla libre, todos los rincones estaban
ocupados y aquel gentío había acudido por un
simple aviso fijado el día antes a las puertas de
la iglesia. íVerdaderamente se admira a los santos
y la santidad atrae!
En el momento de la comunión, don Bosco recitó
en tono alto el Indulgentiam y el Domine, non sum
dignus y las conocidas palabras llegaron hasta mí;
dio después la comunión a un centenar de personas,
casi tres veces el comulgatorio lleno; y, mientras
acababa la misa, dos sacerdotes de San Sulpicio
siguieron repartiendo la santa comunión. A las
once, después de ver a don Bosco cómo atravesaba
el coro para empezar el segundo turno de la
comunión, me vi obligada a salir. La ceremonia
duró hasta el mediodía; muchos pudieron ir hasta
la sacristía para recibir la bendición de don
Bosco y verle. Al salir de la iglesia, don Bosco
fue a casa de la señora VendryŠs.
Después de este favor, me siento mucho mejor
dispuesta; don Bosco me ha prometido rezar por
nosotras; >>es éste ya el efecto de sus oraciones?
Dios mío, os agradezco haberme permitido oír unas
palabras de los labios de este Santo y asistir a
su misa. Mil veces gracias, Dios de amor.
(Del diario de una monja redentorista,
residente en 1934 en Landser, en Alsacia).
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60 (El original en francés)
En la sacristía de Santa Clotilde
en París
Reverendo Padre:
Soy la señora Johannet, cuñada de la señora
Beaulieu, de Niza. Usted tuvo a bien decirme el
día de la Ascensión, en la sacristía de Santa
Clotilde, que se dignaría responder a mi petición
concediéndome unos instantes de audiencia.
Ya le había escrito una vez y esperé respuesta
hasta ese día antes de volver a escribirle, porque
usted me había dado esperanzas de que la
recibiría.
Deseo ardientemente presentarle un sobrinito de
doce años, muy enfermo, por el que no tengo más
esperanzas que sus oraciones. Le quedaría muy
agradecida, reverendo Padre, si pudiera señalarme
un día y una hora, para poder presentarme a usted,
etc.
17 calle Richer
B. JOHANNET
(**Es16.444**))
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