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((**Es16.443**) 59 (El original en francés) Don Bosco en la Iglesia de San Sulpicio Martes, día primero de mayo. íDios mío, qué gracia me habéis concedido todavía hoy! María, sin duda, vos habéis procurado este favor a vuestra hija, en este primer día de vuestro bendito mes. Hoy hemos tenido la misa de don Bosco, en San Sulpicio; a pesar de la clase, la señorita Parnet ((**It16.537**)) no sólo me lo ha permitido, sino que me ha animado a asistir a esta hermosa ceremonia. íDios mío, qué bueno habéis sido conmigo! La misa había sido anunciada para las nueve; llegué un poco antes, a las ocho y media, y así pude colocarme en mi sitio ordinario; pensando que don Bosco hablaría desde el púlpito, no intenté ponerme más cerca del altar. Al dar las nueve, todo el mundo se levantó; lo mismo que a la llegada de don Bosco a la catequesis 1, la emoción se apoderó de todos; no sabría decir qué me pasó en aquel momento; me parecía que no me latía el corazón de tan impresionada como estaba y, sin embargo, dudaba que don Bosco estuviese ya allí. En efecto, todavía no había llegado. Hacia las nueve y cuarto hubo un entierro, que emocionó una vez más a todo el mundo; se creyó que se iba a buscar al Santo en procesión; al volver el mismo entierro, a las diez menos cuarto, causó la misma emoción. Por fin, hacia las diez y cinco, el ruido de la vara del pertiguero nos hizo pensar que esta vez era él. Seguimos con emoción el sonido de los golpes de la vara y comprendimos que el acompañamiento se detenía precisamente cerca de la sacristía. <>, nos decíamos el uno al otro; y olvidamos el largo rato que habíamos tenido que esperar. Sin embargo, no aparecía todavía don Bosco en el altar; unos minutos después de su llegada, minutos que me parecieron muy largos, el señor Cura Párroco subió al púlpito para avisar que don Bosco estaba muy cansado y no hablaría desde el púlpito como esperábamos. Sin duda, esta disposición no respondía a lo que se esperaba, pero era preciso ofrecer este sacrificio a Dios, considerando el comprensible agotamiento de una vida completamente gastada en el servicio de Dios y del prójimo. El señor Cura Párroco nos dijo unas palabras sobre las obras de don Bosco de las que hablaría él mismo desde la balaustrada del altar. El señor Cura Párroco nos advirtió a continuación que don Bosco, agotado por sus trabajos, no podría dar la santa Comunión a todas las personas que desearían comulgar, y que unos sacerdotes de la comunidad seguirían repartiéndola cuando ya no pudiera hacerlo él; que tampoco pasaría él mismo por los bancos de la numerosa concurrencia y que dos de la comunidad harían la colecta en su nombre. Apenas terminó el Cura Párroco de dar estos avisos, los que estaban en medio de la nave se adelantaron, empujando a los otros esperando oírle mejor; yo, sabiendo bien que no podía esperar oírle, me quedé tranquila en mi sitio, considerándome, sin embargo, muy feliz por ver a don Bosco en el altar. La campanilla nos anunció que don Bosco subía al altar; le sostenían a la izquierda el señor Lemesle, y a la derecha el señor Viel. Me arrodillé en una silla, a partir de este momento, ((**It16.538**)) y pude ver a don Bosco casi todo el tiempo. Después del evangelio, sostenido por los mismos señores, bajó a la balaustrada, desde donde habló durante unos diez minutos; por momentos llegaba 1 Se refería a la visita a la obra de la catequesis, en la iglesia vecina. (**Es16.443**))
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