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59 (El original en francés)
Don Bosco en la Iglesia de San
Sulpicio
Martes, día primero de mayo.
íDios mío, qué gracia me habéis concedido
todavía hoy! María, sin duda, vos habéis procurado
este favor a vuestra hija, en este primer día de
vuestro bendito mes. Hoy hemos tenido la misa de
don Bosco, en San Sulpicio; a pesar de la clase,
la señorita Parnet ((**It16.537**)) no
sólo me lo ha permitido, sino que me ha animado a
asistir a esta hermosa ceremonia. íDios mío, qué
bueno habéis sido conmigo!
La misa había sido anunciada para las nueve;
llegué un poco antes, a las ocho y media, y así
pude colocarme en mi sitio ordinario; pensando que
don Bosco hablaría desde el púlpito, no intenté
ponerme más cerca del altar.
Al dar las nueve, todo el mundo se levantó; lo
mismo que a la llegada de don Bosco a la
catequesis 1, la emoción se apoderó de todos; no
sabría decir qué me pasó en aquel momento; me
parecía que no me latía el corazón de tan
impresionada como estaba y, sin embargo, dudaba
que don Bosco estuviese ya allí. En efecto,
todavía no había llegado.
Hacia las nueve y cuarto hubo un entierro, que
emocionó una vez más a todo el mundo; se creyó que
se iba a buscar al Santo en procesión; al volver
el mismo entierro, a las diez menos cuarto, causó
la misma emoción. Por fin, hacia las diez y cinco,
el ruido de la vara del pertiguero nos hizo pensar
que esta vez era él. Seguimos con emoción el
sonido de los golpes de la vara y comprendimos que
el acompañamiento se detenía precisamente cerca de
la sacristía. <>, nos decíamos el uno al
otro; y olvidamos el largo rato que habíamos
tenido que esperar. Sin embargo, no aparecía
todavía don Bosco en el altar; unos minutos
después de su llegada, minutos que me parecieron
muy largos, el señor Cura Párroco subió al púlpito
para avisar que don Bosco estaba muy cansado y no
hablaría desde el púlpito como esperábamos. Sin
duda, esta disposición no respondía a lo que se
esperaba, pero era preciso ofrecer este sacrificio
a Dios, considerando el comprensible agotamiento
de una vida completamente gastada en el servicio
de Dios y del prójimo. El señor Cura Párroco nos
dijo unas palabras sobre las obras de don Bosco de
las que hablaría él mismo desde la balaustrada del
altar. El señor Cura Párroco nos advirtió a
continuación que don Bosco, agotado por sus
trabajos, no podría dar la santa Comunión a todas
las personas que desearían comulgar, y que unos
sacerdotes de la comunidad seguirían repartiéndola
cuando ya no pudiera hacerlo él; que tampoco
pasaría él mismo por los bancos de la numerosa
concurrencia y que dos de la comunidad harían la
colecta en su nombre.
Apenas terminó el Cura Párroco de dar estos
avisos, los que estaban en medio de la nave se
adelantaron, empujando a los otros esperando oírle
mejor; yo, sabiendo bien que no podía esperar
oírle, me quedé tranquila en mi sitio,
considerándome, sin embargo, muy feliz por ver a
don Bosco en el altar.
La campanilla nos anunció que don Bosco subía
al altar; le sostenían a la izquierda el señor
Lemesle, y a la derecha el señor Viel.
Me arrodillé en una silla, a partir de este
momento, ((**It16.538**)) y pude
ver a don Bosco casi todo el tiempo. Después del
evangelio, sostenido por los mismos señores, bajó
a la balaustrada, desde donde habló durante unos
diez minutos; por momentos llegaba
1 Se refería a la visita a la obra de la
catequesis, en la iglesia vecina.
(**Es16.443**))
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