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apresuraba a darle los socorros que le pedía para
evitar alguna predicción más personal. Pobre Rey,
<>; se le había dicho que moriría
en Roma, y nunca quería quedarse allí para evitar
esta muerte, que le sorprendió, un día, a su
llegada a la ciudad eterna y ya no pudo escaparse
de ella.
* * *
>>Queréis que os cuente uno de los hechos más
extraordinarios de don Bosco?Catequizaba a los
detenidos en las cárceles para jóvenes de Turín y
había logrado que los doscientos cincuenta presos
se confesaran. Fue a hablar con el director de la
cárcel y le pidió autorización para hacer una
excursión con todos aquellos presos.
-íUsted está loco, padre!
Y don Bosco se presentó al ministro Ratazzi. Le
pidió lo mismo y recibió la misma respuesta.
Insistió. Le ofrecieron doscientos policías;
los rechazó y se comprometió a devolver a todos
aquellos muchachos, por la tarde a la cárcel.
Ratazzi, estupefacto, al fin se rindió.
((**It16.533**)) Y don
Bosco, tal como lo había dicho, lo hizo. Llevó a
los jóvenes reclusos hasta la villa real de
Stupinigi, y, por la tarde no faltó ni uno a la
lista del carcelero.
Ninguno de ellos había cometido la menor falta,
ni se había apartado del camino.
En otra ocasión, anunció este hombre
extraordinario a sus ochocientos huérfanos que,
dentro de un mes, morirían tres de ellos.
Algunos amigos le preguntaban los nombres; se
negaba a decirlos, pero, a ruegos de ellos, los
escribió en un papel que metió en un sobre y
selló, y sellado lo guardó en una caja
cuidadosamente cerrada y sellada por diversas
personas.
Un mes después, habían fallecido tres de
aquellos muchachos; abrióse el sobre y allí
estaban sus nombres.
Se cuenta todo esto y mucho más. Se dice, en
fin, que el otro día, en la escuela de la calle de
Madrid, llevaron a don Bosco a la enfermería,
donde había un muchacho gravemente enfermo; lo
bendijo y le dijo que fuera al día siguiente a
ayudarle la misa. El muchacho se levantó y le
ayudó a misa al día siguiente.
Sin duda, es difícil hacer el papel de
taumaturgo, y añadirá algún actor con poca gracia
que es más difícil cuando se llama don Bosco. Esta
broma no es muy malintencionada ni tampoco muy
difícil.
No se presta más que a los ricos, dice un viejo
proverbio, y la imaginación popular puede jugar
con un hombre que ha hecho un milagro más grande
que el de resucitar a los muertos, el de hacer
vivir a ciento sesenta mil vivientes, sin estar
asegurado para un solo día en el porvenir.
Poco a poco se han extendido sus orfanatos por
las principales ciudades de Italia, en Niza, en
Provenza, en España, en Buenos Aires, en
Montevideo; su obra lleva trazas de invadir el
mundo; hace falta dinero, siempre dinero y dinero
en gran cantidad. La responsabilidad moral y
material es inmensa y ese hombre va tranquilo por
los caminos, con su sonrisa dulce, su mirada
bondadosa y franca, una mirada magnetizadora, que
atrae a las multitudes, convierte a los
incrédulos, recibe de todas las manos, siempre a
tiempo, siempre lo que falta, sin perder nunca una
ocasión de hacer el bien y de empujar a los otros
a hacer otro tanto.
* * *
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