((**Es16.44**)
-Tampoco el alma, que tenga al morir una
manchita, será admitida a la gloria del Cielo;
tendrá que purificarse en el Purgatorio.
((**It16.41**)) Lo
acompañaba el Director y hablaban de los apuros
económicos de la casa. Dijo don José Ronchail que
se veía obligado a molestar a menudo a los
bienhechores, los cuales parecían a veces cansados
y hasta se lo daban a entender. Don Bosco le
respondió en su lindo piamontés:
-Has de ser más listo. El dinero es para tus
hijos y los tragos amargos son para ti.
Fue a verle en Niza la señora María Angela
Laroche, de ValliŠres (Limoges-Francia), que
acostumbraba pasar el invierno con su marido en la
Costa Azul y que ya se había visto otras veces con
don Bosco. Aquel día tenía clavada una espina en
el corazón. Costeaban ellos en su pueblo una
escuela privada, regentada por religiosas;
recibieron un periódico provincial con la noticia
de que se acusaba a la Superiora de haber lanzado
rayos y centellas contra el matrimonio civil. Era
un delito imperdonable en aquel momento de guerra
sin piedad contra las escuelas de los religiosos.
En consecuencia, se anunciaba un recurso ante el
Procurador de la República, por parte del Consejo
municipal, pidiendo el cierre inmediato de la
escuela católica. La señora acudía, pues, a
desahogarse con don Bosco y a pedirle consejo. Don
Bosco, que debía partir aquel mismo día y estaba
con mucho ajetreo, le dio audiencia. La escuchó
con toda calma, reflexionó unos instantes y
díjole, después, resueltamente:
-No se cerrará la escuela.
Repitió la frase un par de veces y añadió:
-Pero hay que ir allí...
-Estamos en lo más crudo del invierno, observó
la señora. Por nuestro pueblo hay nieve y sería
una imprudencia para nuestra salud exponernos a
los rigores de aquella temperatura. El viaje
acabaría mal.
-Hay que ir allí, repitió don Bosco en un tono
imperativo que no admitía réplica.
Ante tan enérgico mandato, marido y mujer
inclinaron la cabeza y emprendieron el largo
viaje. Llegaron al pueblo a medianoche. El ruido
del coche despertó a los vecinos. Los buenos se
alegraron de su llegada para defender a las
oprimidas religiosas; los otros no sabían qué
hacer. Los denunciantes ((**It16.42**))
desconcertados se reunieron a las primeras luces y
determinaron retirar la denuncia. Habían pensado
que, en la ausencia de los únicos capacitados para
parar el golpe, su maniobra no encontraría
obstáculo; hubo, pues, una victoria sin
lucha.(**Es16.44**))
<Anterior: 16. 43><Siguiente: 16. 45>