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Don Bosco es hijo de unos pobres campesinos de
los alrededores de Turín.
Yo he visto, siendo muy niño, la casita, donde
pasó sus primeros años; era una alquería regular,
bien cultivada, donde las largas carretas, que se
estilaban en Piamonte, estaban adornadas con
arabescos y entalladuras a cuchillo.
Cuando él iba por allí con sus huérfanos, los
aldeanos de los alrededores acudían en tropel a
llevarle quién un pan, quién un saco de harina de
maíz, porque todos querían contribuir a la comida
de aquellos alegres muchachos.
Y este pequeño ejército marchaba así por los
campos, sin provisiones, sin nada más que los
socorros de la Providencia.
Así se ha llevado a cabo toda la obra de don
Bosco, sin contar en absoluto con los consejeros
de la sabiduría humana, esperándolo todo del
mañana, que no pertenece más que a Dios. Dando por
descontada la Providencia, que no decepciona
jamás.
Fue el primero un golfillo recogido en la
calle, catequizado e instruido; éste llevó después
a otros, a los que nuestro cura enseñó el trabajo
y la oración. Esto fue en 1841; no se trataba
todavía de darles vivienda, alimentarlos y
vestirlos. Don Bosco era entonces capellán de un
asilo fundado por la marquesa de Barolo, excelente
y santa mujer, que había recogido en su casa a
Silvio Péllico, cuando salió de la cárcel, y le
había proporcionado un ambiente de paz y bienestar
en sus últimos años. Era Silvio, el mártir, íel
mártir de sus ilusiones! Y lo reconocía él mismo
algunas veces.
Entretanto continuaba don Bosco su obra de
apostolado; su celo parecía excesivo, incómodo
para los vecinos, se le echaba de todas partes. Se
veía obligado a alquilar un prado para evangelizar
a sus muchachos, incluso el propietario estaba
descontento, pensando que su hierba quedaba
destrozada hasta la raíz. Por fin, se encontró un
cobertizo. íPero, qué cobertizo! Su techo era tan
bajo que el arzobispo de Turín, cuando fue a
celebrar en él, tuvo que quitarse la mitra.
Hoy día la obra de don Bosco comprende más de
ciento treinta casas y mantiene a ciento sesenta
mil muchachos.
((**It16.532**)) íHe
ahí el milagro!
Cuando este sacerdote, en los comienzos de su
apostolado, habló de crear un amplio
establecimiento con capacidad para un millar de
huérfanos, con una iglesia, talleres, aulas,
dormitorios, le tomaron por loco y quisieron
encerrarlo, pero él cerró la portezuela del coche
con los que querían llevarle por sorpresa, y los
envió solos al manicomio; y su locura, le llevó a
él a construir una obra que os desafío a encontrar
otra tan extraordinaria como ella en este siglo.
Era realmente una locura, pero la más hermosa
de todas, la locura de la caridad.
Por una locura de este tipo entró el
cristianismo en el mundo.
* * *
Hay que oír, en Italia, la leyenda de los
milagros de don Bosco; es un largo capítulo. Niños
curados instantáneamente, profecías cumplidas,
sucesos sobrenaturales de toda suerte.
Yo no os contaré todas esas historias.
De pronto aparece un perro de gran talla, que
acompaña al misionero, todas las tardes durante un
mes, por los suburbios de Turín, le previene del
peligro, le defiende y desaparece sin que jamás se
haya sabido de dónde salía ni cómo desaparecía; de
pronto se presenta un ladrón que amenaza asesinar
a don Bosco y lo deja en libertad después de caer
de rodillas a sus pies, etc.
Víctor Manuel tenía cierto miedo a don Bosco,
que le había anunciado, se dice, la muerte de su
madre y la de su santa esposa. No se negaba nunca
a recibirle y se
(**Es16.439**))
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