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dirigir los armoniosos conciertos de sus jóvenes.
La música tiene gran importancia en los oratorios
salesianos. No se descuida en ellos nada que pueda
elevar el alma de los muchachos hacia lo bello. Es
algo maravilloso y perfectamente verdadero que
ninguno, desde que existe la obra, es decir, desde
hace cuarenta años, ninguno de ellos incurrió en
una condena judicial. Don Bosco ha logrado lo que
había anhelado, cuando, asustado al encontrar
tantos jóvenes en las cárceles de Turín, se
propuso dedicar su vida a preservar a la infancia
del vicio y del abandono.
Cierro con pesar este libro que todavía podría
aprovechar mucho. Nos presenta un retrato del
querido y amable don Bosco, tan sencillo y tan
afectuoso que nos parece reconocer en él a un
amigo de otro tiempo. Al leer su vida, no se le
puede imaginar más que como nos lo presenta la
fotografía, con su bondadosa sonrisa, su cabeza
inteligente, fina, enérgica, sus manos vigorosas,
que no descansan más que cuando se juntan para la
oración. íDichosa la madre que dio tal hijo a la
Iglesia!
Pero no lo dejamos, sin citar uno de los rasgos
que mejor pintan el candor y la bondad de esta
alma <>, que diría san Francisco de
Sales.
Sucedió en el tiempo en que se ocupaba de sus
obras de los jóvenes detenidos en la cárcel de
menores de Turín. Les había predicado un retiro y,
después de la comunión casi general que le siguió,
el buen padre, satisfecho de aquellos pobres
jóvenes, quiso proporcionarles un día de asueto.
Se presentó al director de la cárcel y le pidió
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ingenuamente permiso para llevar a todos sus
reclusos a pasar un día en el campo.
->>Pero... >>sabe usted lo que dice, señor
cura?, gritó el director. Piense que soy el
responsable de toda evasión. Verdaderamente, los
soldados del rey tienen algo más que hacer que
llevar de paseo a esos granujas.
->>Quién habla de soldados, señor director? Los
llevaré y los devolveré yo solo, y salgo fiador de
que no faltará ni uno.
El director, estupefacto, informó de ello al
ministro Rattazzi; don Bosco actuó por su parte...
y finalmente se concedió el permiso.
Don Bosco salió de la ciudad, llevando consigo
a los doscientos cincuenta jóvenes detenidos.
Fueron a veinte kilómetros de Turín, al castillo
de Stupinigi.
No hubo ni un desorden, ni una fruta fue
robada. Los jóvenes disfrutaban a pleno pulmón del
aire y de la libertad. En el curso del paseo,
pareció que don Bosco estaba cansado. Los jóvenes
descargaron en seguida el borrico que llevaba las
provisiones e hicieron que el buen padre montara
sobre sus lomos. Su única preocupación fue ahorrar
las fuerzas de su querido capellán. Los devolvió
sin tropiezo a Turín, y el director, asombrado y
satisfecho, comprobó que no faltaba a la lista ni
un recluso.
Esto, aunque sorprendente, no escapa al orden
natural; pero hay otros hechos en la vida de don
Bosco, que parecen sacados de las leyendas del
siglo trece. Lo mismo que el santo cura de Ars
atribuía a santa Filomena las maravillas obtenidas
por sus oraciones, don Bosco atribuye a María
Auxiliadora todo lo que consiguen sus palabras y
su bendición.
Si quaeris miracula, Si
buscas milagros,
Mors, error, calámitas, Muerte,
yerros, calamidad,
Daemon, lepra, fugiunt, Demonio,
lepra huyen;
Aegri surgunt sani... los
enfermos se levantan sanos.
Don Bosco tiene esa fe que traslada las
montañas...
No aguardemos, para saludar a este siervo de
Dios, a que los pueblos griten: íHa
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