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((**Es16.436**) ayudaba a su madre en los trabajos mayores. Se veía a aquel hombre, eminente por su inteligencia y saber, sacar agua del pozo, aserrar maderas, mondar patatas y preparar el puchero; y hasta coser, cuando hacía falta para vestir a un pobre muchacho que llegaba desnudo y hambriento. Siempre alegre, siempre sonriente, sin nada que pudiera alterar su buen humor, llegaron los amigos, las ayudas inesperadas; y también los enemigos. Un día, el año 1848, un disparo de fusil contra su persona penetró por la ventana abierta de la capilla, mientras explicaba el catecismo a los muchachos. La bala pasó bajo su brazo y fue a aplastarse contra la pared. Los muchachos despavoridos se abalanzaron hacia él. Impasible, les dijo sonriendo: <>. Después, al ver su sotana agujereada, añadió: <<íPobre sotana! Siento lo que te ha sucedido, porque eres la única que tengo>>. En 1849, don Bosco tuvo una gran satisfacción. Cuatro muchachos del Oratorio vistieron el hábito eclesiástico. Fueron los primeros clérigos del Instituto de San Francisco de Sales. Había llegado la hora del crecimiento rápido para el árbol salesiano. El oratorio de Valdocco adquirió tal extensión que pudo albergar un millar de personas, y su capilla, sus talleres, sus dormitorios, sus comedores y sus dependencias de toda clase, realizaron el sueño que, cinco años antes, había hecho tildar de loco al pobre don Bosco. Después se multiplicaron los oratorios; Italia primero y después Provenza, España y América llamaron a los Salesianos, que fueron recibidos en ciento cuarenta casas. Actualmente reúne don Bosco en ellas más de cien mil muchachos y todos aprenden una profesión, reciben instrucción elemental y muchos de ellos, distinguidos por sus aptitudes, hacen estudios completos y escogen carreras diversas. Cada año sale de estos oratorios un buen número de sacerdotes, y entre ellos recluta don Bosco sus cooperadores y misioneros, que envía a América del Sur. En este momento hay ciento treinta de estos sacerdotes en Patagonia, donde han fundado siete colonias y bautizado a más de trece mil indígenas. En cuanto a la iglesia, que ha levantado en Turín en 1865 y dedicado a María Auxiliadora, nació de una idea de don Bosco y de una ((**It16.524**)) bendición de Pío IX. Su Santidad animó a don Bosco a construirla y le dio quinientos francos para la compra del terreno. Una vez comprado éste y trazados los planos, don Bosco puso la primera piedra y mandó comenzar las obras. No había en caja más que cuarenta céntimos. Al cabo de quince días, debía mil francos a los obreros ocupados en cavar los cimientos y no tenía ni uno. Entonces comenzó la serie de prodigios. Hay que leerlos en la narración sencilla, clara y viva del doctor d'Espiney. Del millón que costó la iglesia, ochocientos cincuenta mil francos fueron ofrecidos por enfermos curados, por afligidos socorridos por María Auxiliadora. No hubo cuestaciones, todo el dinero llegó por donativos voluntarios, espontáneos, misteriosos a veces, casi siempre inesperados y en el mismísimo instante en que se necesitaban. En fin, este don Bosco, que no se asombra de nada y atribuye a la Santísima Virgen el honor de lo que él hace, es una de las más maravillosas personalidades de este siglo. Siempre en acción, pero nunca alborotado, gobierna sus oratorios, repartidos por el antiguo y nuevo mundo, sin que flaquee su memoria un instante. Recibe por término medio, cien cartas diarias, y esta tarea aplastante, esta incesante solicitud le dejan con el encanto de su jovialidad y el frescor de su memoria. Recita cantos enteros de Virgilio y de Dante, lo mismo que lo hacía a los veinte años, y se complace (**Es16.436**))
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