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primero pastor, y más tiempo que san Vicente de
Paúl, pues guardó los corderos hasta los quince
años. El relato del señor d'Espiney comienza
cuando don Bosco fue ordenado sacerdote, a la edad
de veintiséis años. Se ve claramente que no habló
de sí mismo a nadie. Sólo sus obras lo han dado a
conocer; íqué árbol debe ser cuando ha producido
tales frutos y cuya vigorosa y serena vejez
produce sin cesar nuevos prodigios de fertilidad!
Desde que fue sacerdote, don Bosco se puso a
disposición del abate Cafasso, director del
colegio eclesiástico de San Francisco de Asís en
Turín. Este le encargó que visitara las cárceles.
El joven sacerdote encontró entre los presos a
muchos jóvenes. Estos desgraciados, expuestos en
su temprana edad a las peores influencias,
abandonados o pervertidos por sus padres, se
corrompían todavía más en la cárcel y al salir de
ella cometían nuevas fechorías.
Don Bosco, desde entonces, no pensó más que en
socorrer a los innumerables muchachos pobres y
abandonados que vagabundeaban por las calles de la
ciudad, y juntarlos para hablarles de Dios, al que
ignoraban.
Pero, pobre y solo como estaba, >>cómo comenzar
el apostolado al que se sentía llamado?
Cuando oraba y buscaba en su pensamiento cómo
realizar su deseo, la Providencia no le envió un
tesoro o un protector, sino algo mejor que todo
eso; un huérfano, un vagabundo que, a los quince
años, no sabía ni siquiera hacer la señal de la
cruz.
Era el día 8 de diciembre de 1841, en la
sacristía de la iglesia donde don Bosco iba a
celebrar la misa y estaba ya para revestirse con
los sagrados ornamentos. Entró por casualidad el
joven Garelli. El sacristán le ordenó que ayudara
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misa a don Bosco. El muchacho, totalmente incapaz
de ello, se negó, y el sacristán, creyendo que lo
hacía por mala voluntad, se enojó y lo abofeteó.
Garelli rompió a gritar y llorar. Don Bosco se
acercó a él, lo consoló y le rogó que asistiese a
su misa. Después, le hizo preguntas y comprobó su
crasa ignorancia. Empezó entonces a catequizar a
Garelli cada domingo en la capilla del instituto
de San Francisco de Asís. Garelli llevó a sus
compañeros, pobres muchachos que trabajaban de
albañiles. Estos llevaron a otros.
En tres meses llegaron a ciento, reunidos ante una
estatua del seráfico pobre de Asís. Don Bosco los
puso bajo la protección de Nuestra Señora
Auxiliadora. Los instruía, les enseñaba a rezar, a
cantar a coro. Como por ensalmo, el primer
oratorio de la obra estaba fundado. Cien muchachos
arrancados a la ignorancia y al vicio y conducidos
a los pies del Divino Maestro: esto parecía mucho.
En 1844 caducaba el tiempo que don Bosco podía
estar en el instituto de San Francisco de Asís;
pasó entonces como director del pequeño hospicio
de Santa Filomena, y tuvo que encargarse también
de un refugio fundado por la marquesa Julia de
Barolo, que dirigía un sacerdote de origen
francés, el abate Borel 1.
Don Bosco no tenía allí para reunir a sus
queridos muchachos, que llegaban a doscientos, más
que una estrecha habitación, un corredor y una
escalera donde ellos se apiñaban. En cambio,
encontró al abate Borel con un celo y un
entusiasmo iguales al suyo y trabajaron juntos
como dos viejos compañeros.
Pero ellos no podían dar abasto a confesar; y,
como cada día eran más los muchachos que iban
llegando, necesitaban más espacio. El señor
Arzobispo Fransoni, que aprobaba la obra, obtuvo
de la marquesa Barolo, en el hospicio mismo, dos
habitaciones que don Bosco convirtió en capilla.
Una de las dos habitaciones estaba decorada
1 El teólogo Borel no era de origen francés.
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