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origen en Dios se asemejan a ese árbol de Africa,
cuyo aroma y cuya sombra sanean la tierra en la
que está plantado y, al proteger el trabajo del
hombre, permiten que se fertilicen los terrenos
pantanosos y desérticos, donde el labrador apenas
podía abrir un surco sin hacer brotar efluvios
venenosos. Este árbol crece, primero, muy
despacio, y su follaje pálido de diversos colores
a duras penas se eleva por encima de las espinas.
De repente, creo que a los cinco años, crece con
una rapidez maravillosa y alcanza las proporciones
de los robles de nuestros bosques de Francia.
Lo mismo ha sucedido con las órdenes religiosas
fundadas en otro tiempo y, en nuestros días, se ha
ofrecido el mismo espectáculo a las miradas de los
ángeles y de los hombres. No hace muchos años,
hacia 1840, un joven sacerdote rescataba con gran
trabajo las ruinas de una abadía; dos obreras
bretonas recogían en su buhardilla a una vieja
abandonada; unas jóvenes alsacianas que se
dedicaban a rezar por la conversión de los judíos,
aún después de haber favorecido a una persona con
un milagro, pasaron sin llamar la atención de
nadie y fueron ignoradas largo tiempo. Hoy el
mundo entero conoce a los Benedictinos de
Solemnes, a las religiosas y a los sacerdotes de
Sión, a las Hermanitas de los Pobres, y muchas
otras obras más que, tan desconocidas como éstas
en un principio, han crecido pasando como ellas
por las sucesivas pruebas de la oscuridad, del
éxito y de las persecuciones.
>>Por qué no nos preocupamos por poner de
relieve los trabajos de estos humildes servidores
de Dios que, refiriendo a él solo toda alabanza y
toda gloria, preparan el rescate de las naciones
castigadas por la justicia divina? >>Por qué nos
dejamos aturdir y desesperar por el ruido de un
mundo enloquecido?
Sin embargo, produce una gran alegría, un
descanso dulce y saludable leer un relato parecido
al que voy a analizar, relato breve, vivo, de una
sencillez encantadora, que leí de un tirón,
diciendo para mis adentros: volveré a leerlo.
>>De dónde me vino este invierno este folleto,
con cosas tan amables y maravillosas y tan bien
dichas? Me vino de Niza 1; parecía traerme el
perfume de sus rosas, la la serenidad de su cielo
((**It16.519**)) y de
sus olas azules. No conozco al autor. Cosa rara y
digna de alabanza: no dice una palabra de sí
mismo. Ni una frase de jactancia. No ha pensado
más que en su modelo. En Niza todo el mundo conoce
a este don Bosco, cuyos rasgos ha dibujado tan
fina y ampliamente. Esta pura y jovial figura,
esta dulce luz brilla ya hace mucho tiempo en el
norte de Italia, en Roma, en América y en el
mediodía de nuestra Francia, pero en París, las
brumas no han dejado llegar todavía más que un
poco sus rayos. En efecto, intente usted hablar de
don Bosco, y eso en muy buena compañía, y ya verá
usted.
->>Conoce usted a don Bosco?
-No.
->>Y usted?
-Un poco. >>No es un cura de Turín o de Roma
que se dedica a obras de bien, a patronatos? Eso
creo yo. Se dice que estuvo loco.
-Yo le creía muerto. >>Vive? íAh! mejor.
De cien personas preguntadas, noventa os
responderán así.
Si don Bosco ya hubiese muerto, con una sola
palabra os diría lo que es. Pero vive; no le
molestemos. Con gran dificultad, ha podido el
autor del librito, que tengo ante mis ojos,
recoger algunos detalles sobre este hombre de
Dios. Don Bosco fue
1 Dom Bosco, por el Dr. d'Espiney.
Malvano-Mignon, 18, calle Gioffredo, Niza. Desde
entonces, ha aparecido una nueva edición en M.
Adolfo Josse, librero, 31, calle de SŠvres, en
París.
(**Es16.432**))
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