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era anchísimo, mientras el caudal de agua era
proporcionalmente muy pequeño; pero había agua y
era preciso cruzar en tres puntos por unas
pasarelas algo largas. Con brío juvenil recordó
don Bosco a sus compañeros que había sido un
valiente acróbata, y se encaminó sin aceptar la
ayuda del Director y del Barón que, uno delante y
otro detrás, querían darle la mano. Cruzó las dos
primeras tablas y llegó casi hasta el extremo de
la tercera: todo iba a pedir de boca, pero, al
cabo de ésta, le falló el pie derecho y cayó al
agua. Oh pover préive! (íOh, pobre cura!),
gritaron aterrorizadas unas lavanderas piamontesas
que trabajaban allí cerca. Fue un mal momento para
((**It16.40**)) don
José Ronchail, que sabía cómo tenía don Bosco las
piernas. Por suerte, se levantó enseguida, de modo
que, sin gran dificultad, lo llevaron a la orilla,
mientras él saludaba a su gabán que, por llevarlo
sobre los hombros, se le había caído y ahora
seguía navegando por su cuenta y navegó unos
doscientos metros. Empapado y chorreando agua,
subiéronle a un coche que lo llevó rápidamente a
casa. Como no tenían ropa con qué cambiarle,
pobreza doméstica de la que él se alegró mucho, el
Director hizo que se acostara. La aventura le fue
bien, después de todo, porque así pudo descansar
tranquilo unas horas; y los amigos, a su vez, al
saber que don Bosco había tenido que acostarse,
por no haber en la casa ropa para cambiarle la que
llevaba puesta, acudieron a porfía a proveerle.
De momento, no se supo en casa lo del percance;
a los que preguntaban se les contestaba que don
Bosco se sentía algo cansado; pero, al día
siguiente y durante el banquete ante unos veinte
convidados, él mismo contó con todos los
pormenores su caída en el Paglione y el baño a la
fuerza. Por su parte, el buen humor del barón
Héraud tramó una de las suyas. Hizo pasar de mano
en mano una fotografía con el panorama de Niza, en
la que había dibujado un monumento en el lugar de
la caída y bajo el monumento había escrito un
epígrafe, que decía: 24 DE FEBRERO DE 1883 -DON
BOSCO SALVADO DE LAS AGUAS DEL PAGLIONE -UN AMIGO
DEVOTO Y JUBILOSO 1.
En un momento en el que se vio libre, quiso
visitar la cocina atendida por las Hermanas.
Mientras miraba de un lado para otro, sor Catalina
Cei movió una olla, y le cayó un poco de caldo en
el peto blanco. Entonces el Siervo de Dios,
diciéndole que aquella manchita dejaba
impresentable el peto, aunque era blanco, añadió:
1 Carta de don José Ronchail a don Miguel Rúa,
24 de febrero de 1883.(**Es16.43**))
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